El Premio Nobel que toreó en el campo bravo de Jaén

Toros

Mario Vargas Llosa, fallecido esta semana, toreó por primera vez en su vida en la finca de Enrique Ponce en Navas de San Juan

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Imagen de archivo de Mario Vargas Llosa toreando en Jaén.
Imagen de archivo de Mario Vargas Llosa toreando en Jaén.

Jaén/“Sin embargo ,el valor no es, ni mucho menos el alma de la tauromaquia. Acaso lo sea, más bien, el miedo. Ese miedo – el más humano de los sentimientos- que el diestro debe frenar, administrar, ir venciendo y olvidando a medida que su sabiduría y su arte van dominando a su adversario y sometiéndolo a su voluntad, a su juego, a sus maleficios, hasta conseguir implantar en el ruedo la ilusión de que todo peligro ha desaparecido, que lo que comenzó siendo un desafío de sangre y muerte, se volvió danza, ceremonia, plástica, teatro, ritual”.

Con estas palabras salidas de su voz, dejó escrito en el aire una mañana de abril hace ahora veinticinco primaveras Mario Vargas Llosa su teoría del miedo inherente al acto de torear. Y lo hizo con motivo del Pregón Taurino de Sevilla allá por el año 2000 en el Teatro Lope de Vega.

Lo hizo siendo ya un gigante de la literatura universal con una trayectoria ya jalonada por el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el Premio Cervantes. Pero sobre todo lo hizo en su condición de aficionado a los toros.

Una afición que le nació en su niñez, no en su Perú natal donde la plaza de toros de Acho, en Lima, es una de los tesoros de tauromaquia y él luego acabase frecuentando sus tendidos, sino en la Bolivia de su infancia donde asistió a sus primeros festejos taurinos en un país que también forma y ha formado parte del paisaje taurino en algún momento.

La fiesta de los toros siempre estuvo presente en la vida de Vargas llosa. De forma natural y también comprometida, tanto es así que llevó a Estocolmo una montera entre su equipaje a la hora de serle concedido el Premio Nobel de Literatura.

Incondicional partidario de su compatriota Roca Rey en los últimos años, siendo ambos dos emblemas mundiales del Perú, Vargas Llosa frecuentaba las plazas de toros de todo el planeta taurino. Era la suya la cara visible de la intelectualidad en los tendidos en los tiempos que corren.

Pero fue aquí, en la provincia de Jaén, donde Vargas Llosa dejó para la posteridad esa imagen definitiva de su pasión por la tauromaquia. Ante una erala de capa negra, abierta de cuerna y propicia para ello, cercano a la edad de los ochenta años, Mario Vargas Llosa tomaba con las dos manos el extremo derecho de un capote de Enrique Ponce y junto a él se atrevió a torear al alimón aquella becerra del hierro de Enrique Ponce.

Sucedió en Cetrina, una mañana de junio del 2013. La finca de Enrique Ponce en Navas de San Juan fue el escenario donde el ya Premio Nobel de Literatura experimentó esa sensación intensa y profunda de torear, haciéndolo en el campo bravo de Jaén.

Vargas Llosa reeditó junto a Enrique Ponce aquella imagen clásica en blanco y negro de Ortega y Gasset laceando también al alimón junto a Domingo Ortega en una plaza de tientas. Dos escenas históricas del álbum de fotos de la tauromaquia que simbolizan el vínculo atrayente de los intelectuales con el toreo.

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