Pérez-Reverte: “Con la edad estoy orgulloso de mis incertidumbres”

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El autor regresa con ‘La isla de la mujer dormida’, una historia moderna de piratas ambientada en el Mar Egeo en los años de la Guerra Civil española 

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Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), fotografiado hace unas semanas en la isla griega de Agristi, donde presentó su nueva novela. / Jeosm / Efe
Braulio Ortiz

24 de octubre 2024 - 06:31

Es el año 1937 y a Miguel Jordán, un marino español hijo de madre griega, le encargan una misión: organizar, junto a una tripulación variopinta, una base en el Mar Egeo para atacar los barcos que trasladan material militar soviético para el bando republicano. Así arranca La isla de la mujer dormida (Alfaguara), la ficción con la que el veterano Arturo Pérez-Reverte cumple al fin su sueño infantil de embarcarse en una historia de piratas. “Yo conocí la televisión con 12 años, y hasta entonces fueron el cine y las novelas los que me nutrieron como lector y espectador. El Capitán Blood, El Corsario Negro... Yo jugaba a ser esos personajes con mis amigos”, recuerda el autor, que despliega un relato de “aventuras y amor” en su novela número 34.  

Lejos de la épica, Pérez-Reverte elige a un protagonista “imperturbable, casi abúlico”, un “tipo sin imaginación, normal, ni siquiera culto” que sólo encuentra su sitio en el mar, y que “se queda horrorizado cuando hunde barcos. Él sabe que matar, morir, forman parte del juego de la vida, pero a él le impresiona estar matando a marinos como él, a compañeros de trabajo, a sus hermanos”. Conocer a Lena, la esposa del barón propietario de la isla donde se instalan, provocará un seísmo en sus días. “Es la mirada de ella la que convierte a Jordán en alguien singular”, señala el creador, que visitó ayer Sevilla para promocionar su libro. 

Lena representa, expone Pérez-Reverte, “a esas mujeres que han dejado su entorno y su trabajo por seguir a un hombre. Ella se enamora del barón y lo sigue, y un día se resquebraja el héroe, ve las grietas en el personaje. Tiene tres opciones: una de ellas es decir me voy, y dejo a este hombre que no es nada y que yo he inventado; otra decirse me voy pero antes me vengo, voy a pasar factura por mi juventud malgastada; y la tercera es cuando ya esa mujer no tiene posibilidades de rehacer su vida, y ese es el personaje de este libro”, argumenta el académico. En todas sus obras, sostiene Pérez-Reverte, hay “mujeres que pelean en territorio enemigo. Todas, desde la Adela de Otero de El maestro de esgrima, luchan solas con las reglas de los hombres. Esas mujeres podían marcarse una victoria, conocían la esperanza, pero Lena no. Ese es el núcleo de la novela: la venganza de una mujer derrotada”.

La isla de la mujer dormida remite, añade el narrador, “al mundo clásico, a otra manera de entender la vida, las relaciones humanas, a una época en la que había aún una elegancia que ya ha desaparecido. Yo nací en el 51, pero conocí a gente que había vivido aquello. Mi padre, mi abuelo”, dice el inventor del Capitán Alatriste, que identifica en los años 30 “un periodo muy interesante: ha acabado un tiempo y va a empezar otro, y todavía palabras como fascismo, nazismo, comunismo no tienen las connotaciones negativas de ahora. Había mucha gente honrada que desconocía lo que había detrás de esos movimientos, y los creía una solución a los problemas”.

Pérez-Reverte amplía la acción de su libro más allá de la inventada isla de Gynaíka y su vecina Syros a otras localizaciones como Estambul o Beirut, escenarios de la memoria sentimental de un escritor que, antes de triunfar en la literatura, recorrió mundo como periodista. “Yo tuve mucha suerte porque conocí ese Oriente en los libros y en las películas, y después en persona. Yo viví ese Estambul, ese Líbano y ese Damasco; todo eso se destruyó, pero yo estuve ahí antes. Llegué a una fiesta que se acababa, cuando aún sonaba la orquesta. El haber vivido y viajado tanto me ha beneficiado como narrador. Yo he sabido lo que es la soledad, el dolor, la enfermedad: eso me dio un material de primera mano, y el lector siente que en mis páginas hay una verdad. No escribo de mi vida, pero vuelco ciertas gotitas de mi biografía en lo que escribo, para darle cierto realismo”. 

“Escribo cada novela preguntándome si seré capaz, dónde puedo equivocarme”, asegura

Pese a haber vendido más de 27 millones de libros, la edad ha avivado en Pérez-Reverte una inesperada humildad. “Cuando era joven estaba lleno de certezas, y he ido descubriendo que eso de una línea que separa el bien y el mal, el blanco y el negro, no existe; que la vida es una gama de grises”, confiesa alguien convencido de que “la misma persona puede ser por la mañana un héroe y por la tarde un miserable. Con los años me muevo en ese territorio donde lo bueno y lo malo, los amigos y los enemigos, son más difusos, pero en vez de angustiarme esa sensación me gusta mucho: estoy muy orgulloso de mis incertidumbres”. El autor se declara aliviado porque “sería terrible llegar a los 73 años, que cumplo el mes que viene, cargando con certezas absolutas. Hacerte mayor sin palabras como Dios, patria, religión te da una especie de ecuanimidad, que no de equidistancia, con la que puedes ver las virtudes de los adversarios. ¡Te libera tanto! ¿Tú sabes lo que se sufre siendo español creyendo en esto? Mi única certeza es que lo peor del mundo son los tontos, y que con un idiota no hay nada que hacer”.

Pérez-Reverte también elude la solemnidad cuando reflexiona acerca de su obra. “Lo hice lo mejor que pude. Ya me dirán si el trabajo y los viajes del último año y medio valieron la pena”, dijo a sus lectores en la cuenta de X cuando anunció el lanzamiento de La isla de la mujer dormida. Sus casi cuatro décadas consagrado a la literatura no frenan cierta vacilación cuando empieza una novela. “Tengo un barco propio con el que navego, y el mar te brinda una saludable incertidumbre. Es como la guerra: te obliga a estar alerta y tienes que hacer esfuerzos por mantenerte vivo, porque además la tripulación depende de ti. Y en la escritura ocurre exactamente igual. Te asaltan las dudas. ¿Seré capaz? ¿Dónde puedo equivocarme?”, se pregunta el creador, antes de enumerar los motivos de esos temores: “Yo publico en cuarenta y tantos países. Mi lector colombiano, mi lector israelí, mi lector croata ¿van a entender los conceptos que manejo? Si yo digo algo, ¿lo comprenderá mi traductor al ruso? Y hay que tener en cuenta que el público ha cambiado mucho desde mis comienzos”. 

El autor admite que saberse septuagenario también influye en sus decisiones: “A la edad que tengo debo elegir. Ya no puedo escribir cualquier cosa, no puedo equivocarme. ¿Cuántos años me quedan en activo? ¿Cuántas novelas? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cinco? Lo digo sin dramatismos”, concluye, “simplemente son las reglas y hay que aceptarlas”.

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