El pensamiento económico del Papa: la unidad de los opuestos
Tribuna de opinión

Adiferencia de Pontífices anteriores, el pensamiento de Francisco I viene influenciado por el cosmopolitismo de Buenos Aires, donde vive la diversidad de clases sociales, la riqueza y pobreza extremas, gentes diferentes, él mismo de familia inmigrante; y además, antes de ser sacerdote, trabaja, lo que le lleva a decir que en las relaciones laborales se muestra lo mejor y lo peor del ser humano. Nos parecía en ocasiones contradictorio en sus declaraciones, con una defensa sin fisuras de valores democráticos y de una economía realmente al servicio de todos, con una distribución justa de los resultados del proceso productivo; y, por otra parte, manteniendo con rigurosidad los principios más conservadores de la Iglesia católica, sólo matizados por el respeto hacia todas las personas, de cualquier condición, orientación política, religiosa o sexual.
Sus postulados sobre la función de la actividad económica son genéricos, con referencias frecuentes al bienestar de las personas, asociado con la forma de distribución y producción. Tiene escrito que la especulación financiera no tiene sentido para el bienestar humano cuando deja de ser un medio de dar liquidez al sistema y se desconecta de la producción y empleo reales, cuestión en la que coinciden desde premios Nobel de Economía, a responsables de los bancos centrales, cada vez que una crisis financiera asola el planeta, afectando principalmente a los más desfavorecidos. Es muy interesante una nota suya para la clausura de una reunión en Asís del 6 al 8 de octubre de 2023, titulada “Economía de Francisco”, donde empieza diciendo que cuando joven le fascinaba la unidad de los opuestos, que se pueden intentar unir, aunque no se elimine la tensión. Muchos de estos opuestos los encontraba en economía, y pone como ejemplo “los centros de finanzas internacionales y los puestos del mercado, que son igualmente economía”, y siguiendo con esta línea, destaca lo que se nos presenta de forma más concreta como las medianas y pequeñas empresas, y la abstracción de las multinacionales o los fondos de inversión. También dice que la economía de las enormes riquezas no se armoniza con demasiados pobres, y los sueldos altísimos con cifras que resultan inimaginables para la mayoría de las personas, con los sueldos demasiado bajos para poder vivir bien (efectivamente, resulta inimaginable cómo pueden salir adelante familias con ingresos tan reducidos). “¿Dónde está aquí la coincidencia de los opuestos?” –se pregunta–, y responde con la consideración de la economía como un lugar de inclusión y cooperación en la generación de valor, donde el pequeño necesita al grande, y la reducción de la pobreza es una cuestión de distribución. En la práctica, tal como funciona la economía, no se da espontáneamente esta síntesis, y Francisco I propone no seguir excluyendo miradas diferentes de la praxis y de la teoría económica, sobre todo aquellas que insisten en que la vida económica y empresarial sólo tienen sentido moral para un desarrollo humano integral.
Dos ideas importantes pueden resaltarse además en su pensamiento económico. Una, que frente a la caridad, defiende la capacitación de las personas, un sistema de ideas que el premio Nobel Amartya Sen –frente al falso principio de la igualdad de oportunidades–, desarrolla en su teoría de las capacidades, con evaluación de políticas e indicadores del acceso efectivo a educación, sanidad, vivienda, renta y desarrollo empresarial. “¿Igualdad de qué?”, se pregunta el papa Francisco, y responde: “Igualdad de capacidades básicas”. Aunque Francisco no entra en políticas económica específicas, sí se refiere en ocasiones a los impuestos, cuando critica favorecer fiscalmente a rentas y sobre todo capitales muy elevados con reducciones fiscales, bajo la premisa de que una mejora de los mismos producirá una derrama en forma de inversión, crecimiento y bienestar general; a esta hipótesis, que no tiene ninguna constatación empírica formal en economía, se opuso abiertamente . Y la otra idea es la ecología, a la que dedica en 2015 “Laudato Si”, vinculando la crisis medioambiental con la pobreza y la desigualdad, donde sostiene que la lógica de la ecología integral y la conservación de la casa común es superior a la del consumo y crecimiento desequilibrados. Tiene sentido para cualquiera que defienda una vida digna, defender también la conservación del medio en que vivimos, que para algunos puede tener un sentido religioso, y para otros ser simplemente una cuestión de supervivencia. Siendo consecuente con sus ideas, y dentro de la tendencia actual hacia el uso de energías limpias, el año pasado hizo construir una central agro voltaica para cubrir la demanda eléctrica de Ciudad del Vaticano.
Sorprende que una persona tan crítica con el sistema económico y la teoría de su política económica, tan claramente ecologista, tan irreductiblemente defensor de la paz a cualquier precio -lo que no se da actualmente en las otras religiones monoteístas, ni en la heterodoxa rusa-, fuera tan condescendiente en sus relaciones con dignatarios de todo tipo de ideas y comportamientos. Pero esta contradicción no lo es tanto desde la perspectiva de su personalidad, enraizada más que en la misericordia y caridad, en la piedad, concebida por María Zambrano como una voluntad de aproximación a los demás, aunque nos produzcan rechazo o nos resulten incomprensibles en sus pensamientos, actitudes, y acciones. Esto explicaría la proximidad de Francisco I con personas marginadas, encarcelados, emigrantes, disidentes de todo tipo, y también, en ocasiones, con dictadores y déspotas.
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