Aquella noche en la Plaza de San Pedro en que se oyó: "¡Un argentino, un argentino!"
La aparición de Bergoglio en la balconada principal la noche del 13 de marzo de 2013 fue una verdadera sorpresa que reveló un estrepitoso fallo en los augurios de los vaticanistas
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El lamento de aquella noche de la elección de Bergoglio...

Desde la fumata blanca hasta la aparición del nuevo Papa suelen transcurrir entre 40 y 60 minutos, período que da tiempo a que la Plaza de San Pedro sea tomada por una multitud. Los romanos acuden en masa a una ceremonia que sabe Dios cuando se repite, nunca mejor dicho. En aquella ocasión llegamos al cónclave sin necesidad de funeral. Lo nunca visto, al menos en seiscientos años, tiempo desde el que no se había producido la dimisión de un pontífice. El blindaje vaticano evitó esta vez una filtración. España contó con cinco cardenales electores. Hubo un sexto español que estuvo en el interior de la Capilla Sixtina hasta que se cerraron las puertas a la voz del "Extra omnes". Se trató de José María Gil Tamayo, periodista consultor del consejo pontificio de las telecomunicaciones y que después fue nombrado obispo de Ávila y hoy es arzobispo de Granada.
Nos enteramos de la identidad del nuevo Santo Padre en el momento en que apareció el cardenal protodiácono, un francés que, por cierto, restó solemnidad al anuncio. Los italianos aguardaban con la ilusión de volver a saludar a un pontífice italiano. No tienen uno desde la muerte prematura de Juan Pablo I, que duró 33 días en la Santa Sede. Coreaban el nombre del favorito en las quinielas: "¡Scola, Scola!". Sobre la plaza de San Pedro caía una llovizna que obligaba a abrir los paraguas. Era una noche de cuaresma cerrada. Y salió el cardenal y pronunció un "Bergoglio" que dejó helados y extrañados a todos los presentes. Sí, hay que reconocer que del público salió un "¡Oooooooooooh!". Un lamento en toda regla. Una decepción repentina. Hasta que una voz nos sacó de dudas: "¡Es un argentino, un argentino!" Tuvo que ser alguien con auriculares quien informara a los congregados en la plaza del resultado de la votación. Salió Bergoglio al balcón. Desde el principio se intuyó que se iniciaba una etapa distinto. Sin la estola de los evangelistas, la que mandó elaborar Benedicto XV; de blanco entero y con la cruz pectoral de madera. Un estilo sencillo y austero. Se presentó como obispo de Roma. El gesto era serio, de impacto, sobrepasado. Se definió como un Papa que procedía del "fin del mundo". Cuenta que no quiso salir elegido en el cónclave anterior. Por eso esta vez la cara revelaba para algunos un gesto de resignación.
A la mañana siguiente supimos que acudió personalmente a pagar la habitación en la que se había hospedado y a recoger el equipaje. Desayunó en la residencia de Santa Marta, con los cardenales entre los que se encontraba Carlos Amigo, arzobispo de Sevilla y uno de sus viejos amigos. Y si la noche de la aparición en la balconada principal no quiso ornamentos especiales, pronto vendría la segunda gran novedad. El nuevo Papa renunciaba a hospedarse en el Palacio Apostólico. Se quedaría a vivir en Santa Marta, la residencia que Juan Pablo II ordenó construir de cara a los cónclaves para impedir el contacto de los cardenales con el exterior y evitar las filtraciones que se produjeron en el que eligió a Albino Luciani. Fue un escándalo ver publicadas las votaciones al detalle.
Los vaticanistas se veían conminados a explicar su estrepitoso fallo. Los druidas habían hecho el ridículo. Varios obispos españoles admitían en las primeras entrevistas radiofónicas que el nombre de Bergoglio no estaba "en las quinielas". La legión de periodistas concentrados en la Sala Stampa buscaban el rostro del argentino en el mural donde estaba la orla de todos los componentes del Colegio Cardenalicio. Se acreditaron 5.600 periodistas para cubrir el cónclave. Todo era insólitamente distinto: la elección de un argentino y el estilo marcado desde el comienzo. Los romanos abandonaron la Plaza de San Pedro con una sensación que, como alguien apuntó, debía ser similar a la noche en que los señores cardenales eligieron a un polaco. Del Papa que vino del Este a uno que vino del fin del mundo, con la singularidad intermedia de un gigante de la Teología como Ratzinger, un alemán curtido en la alta curia romana. Bergoglio era el primer Papa que en seis siglos conviviría con uno emérito. De hecho, rápidamente se filtró que la primera llamada telefónica del elegido fue al Papa dimisionario, al que no dejaría de visitar y con el que cultivaría las relaciones personales hasta el fallecimiento del alemán en las pascuas de Navidad de 2022.
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