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Mito y sentido | Crítica
Mito y sentido. Joseph Campbell. Edición de Stephen Gerringer. Traducción de Sebastián Burch. Atalanta. Girona, 2024. 376 páginas. 29 euros
Aunque de hecho la suya, deudora del comparatismo decimonónico, remitiera a la empleada por el gran Frazer de La rama dorada, Joseph Campbell desdeñaba la metodología y se preciaba de situarse en los márgenes del mundo académico. Su trayectoria no siguió un rumbo convencional, pero lo realmente destacable es que logró extender el interés por la mitología fuera de los campus universitarios y en la última etapa de su vida llegó a convertirse, gracias a su seductora elocuencia, en una suerte de icono pop. Rechazaba ser considerado un gurú, aunque alentaba a perseguir la felicidad y se declaraba orgulloso de saber que sus libros, según le decían a menudo, hubiesen cambiado la vida de muchas personas que lo veneraban casi en calidad de fieles. Lejos del modelo de investigador que se dirige sólo a sus pares, se propuso llegar a un público amplio y lo consiguió, sin renunciar a la erudición pero procurando no caer en el fárrago ininteligible. Al mismo tiempo, fue muy crítico con los estudiosos que se servían de lo que llamaba el “pidgin antropológico”, ese “lenguaje trillado y muerto” al que Campbell oponía un estilo que decía respetar la complejidad de las lenguas y las culturas primitivas y sobre todo les insuflaba vida. Entre sus seguidores hubo y sigue habiendo numerosos creadores que se han servido de sus fecundas ideas e intuiciones para alumbrar obras valiosas.
Alternando sabiduría, ingenio y buen humor, Campbell atrajo a lectores muy diversos
De la mano de la Fundación que lleva su nombre, la editorial Atalanta ha ido publicando nuevas versiones de sus trabajos mayores como el inaugural El héroe de las mil caras (1949) o su obra cumbre Las máscaras de Dios (1959-1968), a los que se añaden otros que recopilan ensayos dispersos o recogen sus intervenciones públicas. A esta segunda categoría pertenece Mito y sentido, un volumen editado por Stephen Gerringer que parte de los testimonios orales de Campbell en los múltiples foros que acogieron su actividad como conferenciante o entrevistado y los organiza en forma de “conversaciones en torno a la mitología y la vida”. Es un libro por lo tanto divulgativo que puede servir de puerta de entrada a su figura y pensamiento, pero que ofrece además el aliciente de reflejar, como bien señala el editor, el indudable encanto con el que Campbell, alternando sabiduría, ingenio y buen humor, atrajo a lectores muy diversos. Dividido en siete secciones más o menos temáticas, el contenido aborda la naturaleza y la función de los mitos, su evolución y desarrollo, las relaciones de aquellos con la religión, las ideas que subyacen en las imágenes, el motivo central del viaje del héroe, las reverberaciones de la mitología en el mundo contemporáneo y el propio itinerario de Campbell, analizado por él mismo desde la perspectiva de una madurez satisfecha que, siguiendo a Nietzsche, apela al amor fati o aceptación del destino como forma no pasiva de justificar lo vivido y lo soñado.
El estudioso y divulgador postuló la unidad esencial de los mitos en todas las culturas
De un modo dinámico, pautado por breves preguntas que delimitan el discurso reconstruido, Campbell practiva su habitual pedagogía digresiva, brillante e iluminadora cuando describe los fundamentos del imaginario mítico o sus distintas modalidades, siempre al hilo de las viejas historias heredadas, y menos interesante, por demasiado vaga y arbitraria, cuando extrae de ese caudal las categorías para interpretar el presente. La idea del mito como “lenguaje universal” estaba ya formulada en El héroe de las mil caras, donde postuló por primera vez la unidad esencial de los mitos en todas las culturas, pero Campbell se centró además en sus implicaciones metafísicas, sociológicas o psicológicas, asumiendo un enfoque biológico de la antropología que no eliminaba la dimensión trascendente –ni dejaba de abordar la historia de las religiones en tanto que fenómenos estrechamente ligados a la imaginación mítica– pero se situaba al margen de los credos específicos. Este “Campbell oral”, como lo califica Gerringer, linda a veces con el self-help, lo que en cierto modo explica su éxito, así cuando insiste en el potencial de los mitos para transformar a los individuos o en la capacidad de estos –“el sueño es un mito privado, y el mito es un sueño público”– para extraer de aquellos lecciones personalizadas. El “giro hacia el interior” se produce cuando las viejas estructuras han dejado de ejercer su influjo y el camino, los viajes del héroe, atañen no a un referente prestigioso sino a la propia vida. La labor del artista genuino, que para Campbell tiene una cualidad mística, es un terreno propicio, pero la toma de consciencia, el reconocimiento de los universales que cifran y guían las acciones humanas, serían accesibles en cualquier circunstancia. Es a través de ellos como entendemos la permanente vigencia de los símbolos, en forma de imágenes o ideas, y el modo revelador en que reflejan, más allá de los pueblos y de las edades, las invariantes del inconsciente colectivo.
En línea con los estándares de la corrección, el editor disculpa a Campbell por el uso de términos genéricos como hombre y humanidad (mankind) o el ahora peyorativo cult (referido no al culto sino a las sectas) y las referencias eurocéntricas a Occidente y Oriente, habituales en la “edad de oro” de la antropología que desde Tylor hablaba de culturas primitivas, hoy llamadas primigenias. Según cuenta él mismo, en el capítulo donde repasa su vida, la pasión por el estudio de los pueblos indígenas de Norteamérica nació de la fascinación que le inspiraba de niño el espectáculo del Salvaje Oeste escenificado por Buffalo Bill en el Madison Square Garden, del mismo modo que su amor por la biología se remontaba a las visitas al zoo del Bronx o luego al Museo de Historia Natural. Los comienzos fueron vacilantes: empezó una tesis dedicada a un motivo (el golpe doloroso) de la Morte d’Arthur de Malory, ejerció de bohemio en los tiempos de la Gran Depresión y abandonó su prometedor desempeño como atleta cuando su temprano interés por la mitología comparada se convirtió en una dedicación a tiempo completo. La devoción por Joyce –su primer libro fue una guía de lectura del inextricable Finnegans Wake– le había descubierto el arte moderno. Freud y Jung, Mann, Schopenhauer, Nietzsche y Spengler, Frobenius y Zimmer, son algunos de los autores a los que reconoce como maestros. Él mismo lo fue y cuando se jubiló de la enseñanza se reinventó como orador para todos los públicos.
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