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Obras en prosa | Crítica
Obras en prosa. Lord Byron. Traducción y edición de Lorenzo Luengo. Renacimiento. Sevilla, 2024. 356 páginas. 25,90 euros
La desafortunada decisión de su albacea Thomas Moore y del editor John Murray, entre otros conjurados que incluían a su amigo Hobhouse, de quemar el manuscrito de las memorias inéditas de Byron, supuestamente para proteger su reputación y evitar que se conocieran los episodios escabrosos que el poeta contaba sin veladuras, ha impedido que la posteridad contrastara su propio testimonio con el de los numerosos contemporáneos que dejaron constancia de su escandaloso paso por la tierra. Fue una pérdida irreparable, dado el lugar que ocupan la vida y la estela del hombre en la recepción de su obra, pero podemos hacernos una idea a partir de los diarios y la correspondencia donde Byron trazó un autorretrato que contradice en parte su imagen más extendida, no porque la desmienta sino porque la complementa y amplía al mostrar otras facetas –cierta paradójica ingenuidad, una acusada veta meditativa, un no menos contradictorio fondo moral– de su temperamento rebelde y hedonista. Habría además una tercera fuente, sin contar con su obra en verso, que serían los escritos no poéticos en los que Byron dejó, desde su primera juventud, pistas no menos relevantes de su personalidad e itinerario. Al cuidado de Lorenzo Luengo, que ya tradujo los ineludibles Diarios –véase la excelente edición ampliada (2018) de Galaxia Gutenberg– aparecen ahora esas Obras en prosa que también, como sugiere el traductor, admitirían una lectura en clave autobiográfica.
La edición reúne los textos críticos, los políticos, las ficciones, las polémicas y una miscelánea
Por una carta de Byron al mencionado Murray, sabemos que el poeta proyectó reunirlas con el título de Miscellanies, mantenido en algunas ediciones póstumas. Y también que apreciaba esas páginas, aunque muchas otras del mismo género –ensayísticas o narrativas, sobre todo de la primera etapa– fueron desechadas o destruidas por él mismo, o bien extraviadas por el indolente legatario. La edición de Luengo, esta vez no anotada, distribuye los escritos conservados en cinco secciones que recogen, de acuerdo con su caracterización, los textos críticos, los políticos, las ficciones, las polémicas y una miscelánea, precedidas de sendas entradillas donde se glosan, amplían o parafrasean con rigor, brillantez y un ingenioso desahogo que bien podríamos calificar de byroniano. Entre las críticas, la más significativa es la que dedica a Wordsworth, a quien un Byron todavía muy joven –en 1807 no ha cumplido los veinte años– se permite aconsejar que abandone el tono pueril de sus odas, con una condescendencia que no excluye el reconocimiento –más tarde la impugnación de los lakistas adquiriría tonos feroces– pero demuestra ya su afilado talento para la sátira. Las notas para el discurso donde el flamante Lord, maltratado por sus pares, defendió a los destructores de los telares de Nottingham, documentan su primera intervención parlamentaria, actividad que no le entusiasmaba y a la que se dedicó parcialmente y con desgana, aunque las piezas aquí reproducidas no desmienten su habilidad oratoria. El apartado político se cierre con un breve texto, bastante crítico con los naturales, sobre el “estado actual de Grecia”, escrito dos meses antes de su muerte en Mesolongi.
El gran poeta de ‘Don Juan’ tiene su correlato en el prosista irónico y bienhumorado
Mayor interés tienen los esbozos de ficción, sólo siete relatos o fragmentos entre los muchos proyectos abandonados o perdidos, entre ellos el inacabado August Darvell, reelaborado por el oscuro Polidori en El vampiro, y el primer vagido de lo que sería Don Juan, apenas tres párrafos que recrean su tormentosa separación matrimonial con nombres españoles. Las polémicas, por su parte, recogen impagables andanadas contra sus críticos, a los que atiza fuerte y flojo, y su erudita defensa de Alexander Pope, un poeta del que Byron, afecto a la manera dieciochesca, fue siempre abanderado. En la miscelánea final, Luengo incluye una divertida e inverosímil lista de lecturas de juventud –“desde que abandoné Harrow me he vuelto un vago y un engreído, de tanto escribir rimas y hacer el amor a las mujeres”–, dos notas sobre su rara fascinación por el armenio y unos malévolos recuerdos de Madame de Staël, a quien había conocido en Londres. La tantas veces citada recomendación de Auden, uno de sus grandes admiradores entre los poetas ingleses del siglo XX, como entre los españoles lo sería Gil de Biedma, de empezar a leer a Byron por su prosa –“el tono de su voz es siempre sincero, y completamente distinto del de todos los demás”– puede referirse sobre todo a las cartas o los diarios, pero es en parte aplicable a estas páginas desiguales en las que hay singularidad y hay franqueza. Puede en verdad decirse que el gran poeta de Don Juan, liberado de la anticuada retórica que lastró su obra primera, tiene su correlato en el prosista irónico y bienhumorado, definitivamente moderno.
Entre otras valiosas contribuciones, el año del bicentenario ha propiciado la traducción de la monumental biografía de Fiona MacCarthy, Byron: Vida y leyenda (Debate), que pudo acceder a los archivos de Murray y abordó sin inhibiciones la abierta bisexualidad del poeta, conocida pero insuficientemente tratada, y sobre todo hizo un retrato completo y complejo tanto del personaje como de su tiempo, yendo mucho más allá de los tópicos habituales. La obra cumbre de Byron, el incomprendido poema Don Juan (Clásicos Penguin), está ahora disponible en una nueva y espléndida traducción de Andreu Jaume, que propone una inversión reveladora –el mítico libertino no sería el seductor, sino el objeto de deseo (un deseo entonces indecible) y a la vez el instrumento de poder de las mujeres– y explica con impecable exactitud el sentido de la transgresión total que alienta en sus versos. También se ha reeditado la síntesis de Edna O’Brien, Byron in Love (Cabaret Voltaire), una semblanza deliciosa, llena de encanto. Y en México ha aparecido el primer tomo de una Vida de Lord Byron (UNAM) del poeta granadino Fernando Valverde –reciente autor de La muerte de Adonais, donde recreó las tempranas muertes de Keats, Shelley y el propio Byron, ocurridas en un lapso de menos de un lustro– que según anuncia la editorial llega hasta la marcha del poeta al exilio en 1816, el inolvidable año sin verano.
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