La huida de los malditos
El exilio de los colaboracionistas | Crítica
Fórcola publica el excelente estudio narrativo, galardonado con el premio Jules Michelet 2023, en el que Yves Pourcher sigue el rastro de los franceses que colaboraron con los nazis
La ficha
El exilio de los colaboracionistas, 1944-1989. Yves Pourcher. Trad. Ester Quirós Damiá. Fórcola. Madrid, 2024. 292 páginas. 26,50 euros
Desde hace tiempo es sabido que en la Francia ocupada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, sobre la que De Gaulle proyectó restrospectivamente el mito de la Resistencia, hubo numerosos ciudadanos que apoyaron a las nuevas autoridades y en muchos casos fueron cómplices de sus crímenes, los llamados collabos, que junto a los que se limitaron a contemporizar con los ocupantes representaban una parte importante de la población tanto en la zona sometida al Reich como en la denominada libre, donde el gobierno títere de Vichy apenas podía ocultar su irrelevancia. Presidido por un Pétain envejecido y maniatado y gobernado de facto por el infame Laval, más nazi que los propios nazis, el Estado que abanderaba la Revolución Nacional no rebasó en la práctica la condición de provincia vasalla en la Europa del Nuevo Orden. Al margen de la clase funcionarial pero alineados con ella, e igualmente sujetos a las directrices de los jerarcas hitlerianos, estaban los oscuros miembros de la Carlingue o Gestapo francesa, los integrantes de la Milice de Darnand o los comerciantes y gánsteres que prosperaron gracias al mercado negro y la incautación de los bienes expoliados, con la cobertura de una amplia red de informantes y delatores. A ellos se les sumaron políticos, ideólogos, periodistas e intelectuales que sirvieron en distintos grados a los alemanes y serían después, tras el hundimiento, juzgados y condenados durante la depuración, bajo los cargos de traición y connivencia con el enemigo.
Los ‘collabos’ se convirtieron, casi de la noche a la mañana, en “náufragos de la historia”
En El exilio de los colaboracionistas, galardonado en Francia con el premio Jules Michelet 2023 y traducido por Ester Quirós Damiá para Fórcola, el historiador y antropólogo Yves Pourcher, que ya demostró su familiaridad con el periodo en varios libros dedicados a la figura de Laval, sigue el rastro de los que escaparon a tiempo, favorecidos a la larga por el interés de la República en no airear demasiado –pasada una primera fase de condenas y ejecuciones ejemplarizantes como la del propio exprimer ministro, entregado por las autoridades franquistas, o la sonada y controvertida del escritor Brasillach, fusilado en Montrouge– la magnitud del colaboracionismo y especialmente su contribución, después silenciada, a las deportaciones de la comunidad judía. Eran fascistas y antisemitas, fanáticos intoxicados por la ideología, pero también hubo esnobs e inmoralistas exquisitos o aprovechados que se habían introducido en los circuitos de poder por ambición y oportunismo. Tuvieron su momento de gloria en los aciagos années noires y se convirtieron, casi de la noche a la mañana, en “náufragos de la historia”. Céline, escritor de primer orden y odioso panfletista, fue uno de los más relevantes y narró la vivencia del destierro en su novela autobiográfica De un castillo a otro, pero abundan los nombres menos conocidos: el aviador miliciano Max Knipping, los antiguos izquierdistas Marcel Déat y Paul Marion, el propagandista Jean Luchaire y su familia, la mujer y la hija de Laval, la condesa Lisette de Brinon, el locutor Jean Loustau, el guardaespaldas Jacques Bourin, el comisario Louis Darquier de Pellepoix, el ministro y académico Abel Bonnard o el actor Robert Le Vigan son sólo algunos de los muchos que comparecen en el itinerario, donde los principales conviven con los ínfimos.
La brillante prosa de Pourcher les da a las semblanzas un doble valor histórico y literario
Fueron vidas excesivas que culminaron en el deshonor, la ignominia y el ostracismo, mientras sus protagonistas oscilaban entre la negación de la realidad, la autocompasión y la nostalgia, arrostrando el estigma no de la culpa, pues pocos arrepentimientos constan, sino del desprecio que inspiraba la mera mención de sus nombres, aunque no todos fueron penalizados por igual y los hubo que lograron eludir sus responsabilidades u ocultarlas con invenciones e identidades falsas. La conocida como “huida de los malditos”, donde el calificativo, aplicado a personajes de muy baja catadura moral, no tiene las connotaciones románticas que suelen acompañarlo en otros contextos, fue un episodio novelesco con momentos trágicos y ribetes de farsa. Pero es imposible simpatizar con el batallón de los derrotados si recordamos el destino de las gentes a las que persiguieron, torturaron y asesinaron, ellos mismos o los sicarios en los que delegaron su despiadada guerra sucia. “Cómo contar el caos, el miedo, la distancia, la soledad y el odio, sí, siempre el odio”, se pregunta el autor al comienzo, y el propio libro responde a la cuestión con una verdadera lección de estilo. Sin dejar de estar rigurosamente documentada, como podemos ver en la relación de fuentes y referencias bibliográficas, incluidas las cartas, los registros orales y el testimonio de familiares y descendientes, la prosa de Pourcher destaca por la combinación de brillantez, frescura y pulso narrativo, que le da a la colección de semblanzas y trayectorias, agrupadas en lo que podríamos llamar una biografía coral, un doble valor histórico y literario.
Itinerarios del exilio
Tras el desalojo de la decadente corte de Vichy, “teatro de sombras”, como se define en el título de otro de los libros de Pourcher, y una breve estancia en la fronteriza Belfort, demasiado próxima al frente, la residencia se estableció en Sigmaringa, en Baden-Wurtemberg, cuyo impresionante castillo neogótico pasó a ser la sede del fantasmal gobierno en el exilio. La antigua capital del Principado de Hohenzollern-Sigmaringen, una ciudad pequeña pero pintoresca, situada a orillas del Danubio, se convirtió en el centro de una sociedad corroída por las intrigas donde confluyeron miles de fugitivos, cada vez más desesperados ante el avance de las tropas aliadas. Con la desbandada final, la siniestra troupe se dispersó de regreso a Francia o con rumbo a Suiza, Italia –donde algunos contaron con la complicidad de la Iglesia para ser alojados en conventos o monasterios– y la península ibérica. La España de Franco, viejo conocido del maréchal, les ofrecía una vía de escape a América –países como Brasil, Uruguay o la Argentina de Perón, y al norte el Quebec, no tuvieron inconveniente en acoger a los prófugos– o una discreta residencia que aprovecharon otros nazis y fascistas de todo el continente. Entre las conexiones españolas, puede mencionarse el caso de Adalbert Laffon, excombatiente en las filas requetés durante nuestra Guerra Civil, miembro del Gobierno petainista, introductor del cultivo de la ostra en la ría de Arousa y suegro del escritor y psiquiatra Luis Martín-Santos.
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