Carmen Jódar Casanova

La mujer y la medicalización de la vida

Mujer y Salud

La medicalización y la desigualdad de género son conceptos que pueden parecer desconectados, pero existe una relación intrínseca que tiene implicaciones significativas en la sociedad y, aunque parezca exagerado, para la perdurabilidad del ser humano

Además de consumir más fármacos, las mujeres presentan un mayor riesgo de sufrir efectos adversos. / Archivo

01 de abril 2024 - 13:10

La medicalización es el proceso por el cual se etiquetan y tratan como enfermedades condiciones que antes se consideraban normales o variantes de la normalidad, es decir, es pretender resolver mediante la medicina situaciones que no son médicas, sino problemas de la vida sociales, profesionales o de las relaciones interpersonales. Es, por ejemplo, traer a una chica de 17 años a la consulta porque está llorando y tiene ansiedad porque el novio la ha dejado… “mire usted señora (con cariño), eso no es ansiedad sino cosas de la vida”. Sin más comentarios. Como decía, la medicalización es un proceso continuo que se autoalimenta y que actualmente crece de forma constante facilitado porque la sociedad va perdiendo toda capacidad de resolución, su nivel de tolerancia y yo insisto en que se va perdiendo el sentido común. Su origen es multifactorial, existiendo diversas causas y actores implicados como la propia sociedad, los medios de comunicación, los gestores e incluso los profesionales sanitarios que jugamos un papel fundamental siendo, a la vez, actores y víctimas de este proceso.

Este fenómeno ha tenido un impacto considerable en la forma en que percibimos y manejamos nuestra salud. Sin embargo, este proceso no es neutral y está influenciado por factores sociales, culturales y por el género. Las expectativas de género pueden influir en cómo las personas perciben su salud y en la búsqueda de atención médica, porque siendo la medicalización de la vida una particularidad que afecta tanto a hombres como a mujeres, puede manifestarse de manera diferente.

En este ámbito de la salud, la desigualdad es evidente en ciertas patologías que son tratadas de manera diferente, como el dolor torácico y el infarto ya comentado en este espacio hace unos meses. Sin embargo, en este tema de la medicalización, hay dos factores diferenciadores claros en cuanto al género: uno el asociado a los procesos biológicos naturales de la mujer como son la menopausia, el embarazo o el parto, que en ocasiones pueden perpetuar estereotipos de género dañinos como ha sido en el trastorno premenstrual ampliamente medicalizado y estigmatizado y ha reforzado la idea errónea de la inestabilidad emocional de la mujer, o la última perla de que la menstruación precise de una baja laboral…algo que si es necesario nunca se ha negado y ya tenía su código específico.

Por otro lado, como decía, el otro factor diferenciador va ligado al comportamiento femenino pues es conocido que en general, los hombres son menos propensos a buscar ayuda médica debido a los estereotipos que asocian la masculinidad con la fortaleza y la autosuficiencia, justo al contrario que la mujer, que tiende a verbalizar más sus sentimientos, a buscar ayuda médica y a resistirse menos a la toma de fármacos, lo que contribuye a la hipermedicalización.

Es necesario insistir en que somos el primer país de Europa en el consumo de benzodiacepinas, y que en Andalucía en 2022, un 26% de la población femenina y el 13% de la masculina, consumió al menos un envase, sobre todo diazepam y lorazepam que son los más usados para los síntomas de ansiedad, y un 10% de andaluces tuvo un consumo mantenido. Es importante señalar, que además de consumir más fármacos, las mujeres tenemos un mayor riesgo de sufrir efectos adversos. Más específicamente, el sexo femenino se asocia con un mayor riesgo, de 1,5 a 1,7 veces superior de reacciones adversas a medicamentos en comparación con el sexo masculino. Y esto es así porque los parámetros farmacocinéticos y farmacodinámicos de los medicamentos que dependen del sexo, es decir, metabolizamos los medicamentos de forma más lenta por lo que se acumulan más en nuestro organismo.

Tengo claro que me estoy metiendo en un charco, pero cuando estás en una consulta con el poco tiempo que tenemos, es más fácil recetar una pastilla que pararse a escuchar, y encima la paciente se va más contenta. Triste pero real. El acto médico cada vez es más burocrático, los pacientes esperan pruebas complementarias y recetas y valoran menos el que te pares a pensar, a explorar, que sepas diagnosticar sin pedir pruebas con lo difícil que es y lo arriesgado en ocasiones. Las pruebas complementarias están sobrevaloradas, y aunque no es general por supuesto, es peligroso porque es una tendencia y no sólo afecta a la población general sino también a las nuevas generaciones de profesionales, y con esto retomo de nuevo mi preocupación por la sostenibilidad del sistema.

Y no quisiera hablar de este tema sin dejarme atrás lo que la gente considera “natural” y que le llamo personalmente “las hierbas”, que no son más que los complementos alimenticios y múltiples compuestos de herboristería que nos tomamos pensando que nos van a mantener en formol, y que no pensamos nunca en que pueden interaccionar con fármacos ni que pueden provocarnos alguna complicación en nuestro organismo. Otra consecuencia más de esta sociedad de la juventud eterna que resulta en muchas ocasiones tan ridícula. Tenemos que envejecer, que arrugarnos, que tener sabiduría de mayores. Señoras y señores, que estemos mejor a cierta edad no quiere decir que no se nos note, que resulta extraño ver gente vestida con ropa de otra edad, o con caras que pretenden 20 años menos que a veces consigue el efecto contrario.

En conclusión, es crucial reconocer y abordar la intersección entre la percepción de salud, el género y la medicalización de la vida para promover una atención sanitaria más equitativa y justa. Esto implica revisar las normas y prácticas existentes y promover una mayor conciencia de género en el cuidado de la salud, pero sobre todo, implica informar y empoderar a las personas para que tomen decisiones sobre su salud, devolver la responsabilidad individual y promover una atención de calidad, poco dañina y más sostenible.

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