
La tribuna
Eduardo Jordá
La noche oscura del papa Bergoglio
La tribuna
En el corazón de la Semana Santa, el Jueves Santo irrumpe con una fuerza espiritual incomparable. Esta celebración litúrgica del calendario cristiano se constituye en el momento decisivo donde se manifiesta el núcleo mismo del mensaje evangélico. Jesús celebra la Pascua con sus discípulos e instituye la Eucaristía y el Sacerdocio. Mientras cenaban, se produce una escena inaudita e impresionante: el Maestro se levanta, toma una jofaina y empieza a lavarles los pies y a enjugarlos con una toalla. El Evangelio según san Juan (13,1-15) relata el gesto con una sobriedad que remarca más, si cabe, su profundidad: el Maestro y el Señor se ciñe la toalla, se arrodilla, y se hace esclavo de sus discípulos. Este signo, tan cargado de humildad, abre una alternativa que atraviesa, de parte a parte, tanto el corazón humano como la historia de la humanidad: ¿reinar desde el servicio o dominar desde el poder?
Este acto de Jesús, verdadero ejemplo de humildad, supone un cambio radical de la ordenación de la realidad. Las relaciones humanas en el mundo están estructuradas según la lógica del dominio. El Hijo de Dios, viniendo a él, adopta, sin embargo, la posición más baja. No es casual que san Juan, en su relato de la pasión, omita la institución de la Eucaristía, poniendo de relieve el lavatorio, pues en el gesto del agua y la toalla, la hora de la entrega de Jesús se hace patente a través del servicio. La gloria, para el evangelista, se revela entonces en el anonadamiento de Aquel que, siendo el Hijo de Dios, ha querido asumir la condición del siervo, anticipando de esta forma el Sacrificio de la Cruz. El lavatorio no es ciertamente un sacramento particular, sino el significado de la totalidad del servicio salvador de Jesús: sacramento de su amor, en el cual Él nos sumerge en la fe, verdadero lavatorio de purificación para el ser humano. El Señor está delante de nosotros como el Siervo de Dios que carga con nuestros pecados, y nos otorga así la verdadera pureza, la capacidad de acercarnos al mismo Dios.
Curiosamente, la paradoja del Señor que se hace siervo encuentra un eco en la célebre dialéctica del amo y el esclavo del filósofo Hegel. En su obra Fenomenología del espíritu, el pensador alemán plantea que la conciencia personal se forma a través del conflicto y del reconocimiento entre estas dos figuras. Aunque el amo parece poseer el poder y ejercer su dominio sobre el siervo, es, sin embargo, el esclavo quien, al servir, transformando con su obra el mundo y enfrentándose así a la realidad, desarrolla una conciencia más profunda de sí mismo. La paradoja hegeliana pone de manifiesto que el verdadero camino hacia la libertad y la realización personal pasa por el servicio, que se presenta no sólo como humillación pasiva, sino como acción que cambia la realidad y permite, en su punto decisivo, decir “yo soy”.
Jesucristo, que es el Omnipotente, ha asumido voluntariamente la forma del siervo para revelarse, especialmente en la Eucaristía, como verdadero Señor, no por la fuerza, sino por el don de su Cuerpo y de su Sangre; un Amor que repite, de forma incruenta, su entrega hasta la muerte en cruz. De esta manera, el cristiano, en la oración contemplativa ante los monumentos, se sitúa el Jueves Santo en la misma hora del sacrificio del Señor, acogiendo en cada uno de ellos una invitación existencial: quien parte el pan y se entrega a la pasión es el mismo que lavó los pies a los discípulos: quien se abaja es exaltado; quien muere da la vida verdadera.
También te puede interesar
La tribuna
Eduardo Jordá
La noche oscura del papa Bergoglio
La tribuna
Ignacio F. Garmendia
Cansinos en la posguerra
La tribuna
Juan Bonilla
El libro cancelado
La tribuna
La Iglesia como contrapoder
Lo último