La tribuna
No es arte, es violación
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Adónde vas tan solita, Caperucita?, preguntaba el Lobo Feroz. Una pregunta aparentemente inocente que esconde un oscuro plan para devorarla. Caperucita, desde bien pequeña, aprende por las malas eso de no confiar en lobos extraños. Y nosotras con ella. Hoy los cuentos no se narran tanto al calor de una hoguera como ante una pequeña o gran pantalla. Y ya no son tanto populares sino imaginados por enormes industrias culturales. Pero, en el fondo, el fin es el mismo: historias aparentemente creadas para entretener en las que, sin embargo, se repiten una y otra vez unos mensajes que actúan como elemento socializador para entender el mundo, nuestros entornos y nuestros propios cuerpos. Algo que incluye distinguir entre qué es y qué no es violencia, también la sexual.
María Schneider era una mujer de 19 años cuando interpretó a Jeanne, una joven actriz blanca que, a sus 20 primaveras, se encuentra con Paul (Marlon Brando), un hombre maduro (por aquel entonces el actor tenía 48 años) del que se siente fuertemente atraída. Tras una fogosa experiencia sexual se empiezan a reunir en una habitación en París, que se convierte en un escenario donde Jeanne es continuamente (y consentidamente) violentada y abusada física y psicológicamente. En el rodaje de esta película, El último tango en París, dirigida por Bernardo Bertolucci y convertida en un clásico reconocido, Schneider también fue violentada ante las cámaras, en un pacto entre actor y director, para darle realismo a la grabación. “Marlon me dijo: María, no te preocupes, es solo una película, pero durante la escena, incluso aunque lo que Marlon estaba haciendo no era real, yo estaba llorando lágrimas reales. Me sentí humillada y, para ser sincera, me sentí un poco violada, tanto por Marlon como por Bertolucci. Tras la escena, Marlon no me consoló ni se disculpó. Por suerte, hubo solo una toma”. Esta cita pertenece a una entrevista que Schneider dio al periódico británico Daily Mail, en 2007. También confesó que se sintió sola y sin saber qué hacer cuando sucedió, porque era una mujer joven, que no conocía sus derechos ni los límites que podía poner en un rodaje. La película fue tan taquillera como controvertida, ya que despertó la alarma moral por el sexo explícito de sus escenas (no tanto por la ausencia de consentimiento).
En esta escena de sodomía no consentida en la que Brando (Paul) (insisto, tenía la madurez de los 48 años) usa la mantequilla como lubricante para penetrar analmente a Schneider (Jeanne) (insisto, tenía 19 años, casi treinta años menos de experiencia y madurez que el varón protagonista y su director) marcó para siempre la carrera de la intérprete. Tanto Brando como el director Bernardo Bertolucci acordaron no decirle nada para que la humillación fuera totalmente creíble en la gran pantalla. Tampoco estaba escrita en el guion.
Además, los beneficios y el reconocimiento de esta obra tildada de “obra maestra”, quedaron en manos de los dos varones. Para ella, no hubo el mismo camino hacia el éxito sumida en el submundo de las drogas. Se volvió adicta al LSD, la cocaína, la heroína y la marihuana e incluso llegó a tomar pastillas con el fin de suicidarse.
Schneider ya había fallecido cuando muchas mujeres denunciaron la violencia sexual que existe en el mundo del cine y la televisión a través del #Time’s up y el #MeToo. Sin embargo, su violación encontró un altavoz y, por fin, Bertolucci y Brando se sumaron a la lista de los Depardieu, Harvey, Freeman, Manson o Weinstein, entre muchos otros.
Recientemente se ha publicado Desmontando la cultura de la violación en la ficción audiovisual. Una guía para explorar los mitos de la violencia sexual a través de películas y series de televisión de Delicia Aguado-Peláez y Patricia Martínez-García (Aradia Cooperativa) ilustrada por Rosa Ana Aguado-Peláez. Este texto busca ser una herramienta analítica y pedagógica para promover una lectura crítica sobre unos mensajes audiovisuales cada vez más omnipresentes. Las películas y series de televisión no son solo formas de nuestro entretenimiento, sino que son instrumentos de socialización que influyen en cómo entendemos el contexto y las relaciones con nuestro ser y con las personas que nos rodean. Por ello, se constituyen en materiales de gran interés para abordar la cultura de la violación en los centros de enseñanza, espacios formativos no formales o, ¿por qué no?, reuniones familiares y con amistades, que siguen siendo lugares centrales para la pedagogía. Desde la Asociación Andaluza de Mujeres de los Medios Audiovisuales (AAMMA), profesionales del gremio hacen una labor incesante para la excelencia y el respeto que son valores intrínsecos al arte sublime que aspira a la verdad y la belleza.
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