Marcelino Serrano, el hombre que susurró a los viñedos

Esta es la historia olvidada de una tierra, la provincia de Jaén, demasiado tendente a olvidarla. A no valorarla ni quererla. Contra todo ello, se reveló un soñador. Uno de esos personajes que cuando te cruzas con ellos te cambia la vida. Marcelino Serrano soñó con recuperar el vino de Jaén y se rebeló contra la razón y el destino.

Marcelino Serrano y su hija Blanca, en un estand.
Marcelino Serrano y su hija Blanca, en un estand.

16 de agosto 2024 - 09:31

Dice la historia que antes de que el Reino de Jaén fuera un mar de olivos, fue un mar de viñas. Cuentan las crónicas de la época que esta tierra de aceituneros altivos, no siempre fue tierra de aceite. Años antes de que Jaén fuera la tierra del olivo y aceite, era la tierra del vino.

Unos vinos apreciados y afamados que poblaban de vid nuestras tierras como hoy lo hacen de los olivos. Incluso cuentan las crónicas antiguas, que las primeras vides de uva Pedro Ximénez fueron llevadas hasta los viñedos jerezanos desde la tierra de Jaén. Una fama que tuvo hasta un Privilegio Real, el privilegio de los Vinos de Alcalá la Real. Unos viñedos a los que arrasó a finales del siglo XIX una plaga de filoxera, dejando la tierra yerma para que se plantasen nuestros olivos.

Esta es la historia olvidada de una tierra, la provincia de Jaén, demasiado tendente a olvidarla. A no valorarla ni quererla. Contra todo ello, se reveló un soñador. Uno de esos personajes que cuando te cruzas con ellos, te cambia la vida. Marcelino Serrano soñó con recuperar el vino de Jaén y se rebeló contra la razón y el destino. Hace algunas décadas ya que este hombre ese aspecto recio que los solo los duros años de trabajo dejan marcados en la piel, pero con un carisma y carácter irrepetibles, empezó a plantar vides en sus tierras de la Sierra Sur, recuperando los viñedos de antaño y empezando a crear su propio vino.

A Marcelino no faltó quien le llamó loco por recuperar su tierra para el vino. Siendo como era un electricista autodidacta. Sin mayores conocimientos sobre el licor del Dios Baco que aquellos que iba adquiriendo a base de apilar libros. A contra corriente de la razón, de la gente y del mundo, Marcelino persiguió su sueño y con mucho trabajo y tesón, logró que poco a poco, se fueran dando a conocer sus vinos. Hasta el punto de que si hoy hay cierta cultura y pasión por el vino de Jaén es gracias al empeño de Marcelino.

Eso es lo que más admiraba de él. Su tenacidad y fe ciega que le llevó a levantar de la nada un pequeño Falcon Crest en las laderas de su Sierra Sur desde donde exportaba sus vinos a media Europa. Más allá del cariño y la amabilidad que siempre profesaba a quien consideraba su amigo. Marcelino fue uno de esos héroes sin capa. Ejemplo a seguir en esa cada vez menos valorada cultura del tesón, la pasión y el esfuerzo para levantar de la nada su sueño.

Marcelino Serrano, en el centro, junto a Juan José Lorite e Ildefonso Ruiz (derecha).
Marcelino Serrano, en el centro, junto a Juan José Lorite e Ildefonso Ruiz (derecha).

La Sierra Sur llora estos días a Marcelino Serrano. Un hombre al que siempre he admirado por esa forma de entender la vida. Porque por encima de muchas cosas, lo que siempre me irradió Marcelino era felicidad. La felicidad y el gozo de saber que había logrado su sueño y que disfrutaba la recta final de la vida. La felicidad de ver como su legado, seguía vivo en las manos de su hija Blanca –su Blanca María- a quien supo transmitir la misma pasión por el vino que él tenía. Y aunque sus viñedos y uvas seguirán produciendo caldos dispuestos a competir con los de más alta etiqueta, nos faltarán para siempre sus charlas reposadas, sus risas, anécdotas y lecciones de vida que siempre compartíamos con una copa de “Blanca María”, “Mis raíces” o “Privilegio”.

Honor a los hombres como Marcelino Serrano. Honor a los soñadores. Honor a los héroes sin capa. A esos personajes anónimos, entrañables, y decididos que se revelan a la razón. Que luchan, persiguen y alcanzan sus sueños. Hoy alzo mi copa al cielo y brindo por ti amigo. Dejas una huella imborrable. Hasta siempre, Marcelino.

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