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Jaén/Creemos, o nos lo hacen creer, que el aumento de los jóvenes en las gradas de las plazas, con el cubata siempre lleno en la mano, y de los ejecutivos al lado con el cuello torcido, sin parar de hablar por el móvil, suponen la actual recuperación de la Tauromaquia. Y es todo lo contrario.
Los del 'pelotazo' de ron con cola pronto se irán al espectáculo de enfrente, donde se los pongan más cargados y fresquitos, y los del 'escorpión' en la oreja huirán a otros sitios con mayor cobertura y mejores ofertas de vestidos, chaquetas y corbatas.
La recuperación de nuestro arte milenario sólo pasa por hacerlo más habitual, es decir, recuperar las plazas de temporada, lo que a su vez aumentaría la repercusión de las corridas en los medios de información analógicos y digitales. Es algo que se cae por su propio peso. Se imaginan que el Real Madrid sólo jugara partidos durante un mes intenso al año y luego se dedicara a disputar varias 'pachangas'. La afición al fútbol se habría perdido.
Ese incremento de espectáculos taurinos seguidos, en plazas de relevancia, televisados en abierto, traería un interés real de los jóvenes por enterarse de verdad de los entresijos de los festejos taurinos, porque podrían verlo a menudo, y así no sólo les interesaría ya si en tal o cual coso cercano a la playa o del pueblo de sus abuelos ponen en verano unos 'gin-tonic' helados y baratos...
Y para los del móvil, las corridas ya dejarían de ser un recurso para hacer negocios o una excusa para quedar con la 'otra' o el 'otro', porque tantos días resultaría imposible hacerlo sin ser 'pillados'.
A la danza más bonita del mundo le falta eso, que su propio público la consideren y la entienda así, como un rito milenario, donde repetirlo una y otra vez jamás se haría pesado, sino todo lo contrario, como les ocurre a los verdaderos católicos que van todos los días a misa y no se cansan. Lo nuestro, no se nos olvide nunca, también es un rito, y muchísimo más antiguo que la Eucaristía.
Los aficionados no podemos permitir más que cada vez sea mayor la parte del público que sólo se enfervoriza al ver morir rapido a un animal, sea como sea, para pelearse después con el presidente del festejo al pedir las orejas. Sin fijarse ni interesarles para nada de la ejecución de la suerte suprema, la limpieza, la profundidad o el dominio de los lances de capa, la entrega del toro en el caballo, la pureza de las banderillas o si con la muleta el diestro ha toreado cruzado y cargando la suerte y pasándose los pitones por los muslos. Valoran todo lo contrario, porque les es más 'divertido' tras los efectos del 'pirriate' o de cerrar un acuerdo de un negocio o de una cita secreta.
Todo esto último es volver a la Tauromaquia impuesta por los romanos, donde el público sólo acudía a sus anfiteatros para beber, comprar, vender, fornicar y ver morir al toro o al cristiano, pero nuestro maravilloso arte milenario, por fortuna, ya poco tiene que ver con todo eso.
Nuestra danza es la más real y bonita del mundo. Así que, como en los teatros, que en nuestras plazas impere la máxima formación e información del público sobre lo que allí sucederá, una educada crítica puntual de los errores observados en toda la lidia, no sólo en la suerte suprema, discretos debates entre los espectadores y aplausos o pitos según corresponda. Y si es necesario, hasta pedir el 'bis', que en este caso sería el sobrero de regalo. Así, la Tauromaquía seguirá siendo siempre un arte no sólo milenario, sino también eterno.
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