José Antonio González Alcantud

Américo Castro, expuesto

La tribuna

9153896 2024-10-22
Américo Castro, expuesto

22 de octubre 2024 - 03:08

El Hospital Real, sede del rectorado de la UGR, acoge desde hoy al 10 de enero la exposición Américo Castro y su tiempo. En tanto comisario, honor que comparto con la coordinadora de la misma, María Luisa Bellido Gant, me permito calificarla de compleja exhibición. Las razones están vinculadas a la propia personalidad del historiólogo, nuevo saber con el que se identificaba don Américo Castro Quesada (1885-1972), siguiendo en esto a Ortega y Gasset. La herencia del gran granadino –si bien nacido en Cantagalo, Brasil, donde vivió sus primeros cuatro años– está tan disuelta en el ambiente académico español, como marcada su personalidad por la polémica. Esta muestra confío pase página recentrando figura y pensamiento.

Desde luego no se puede negar que Castro fue un gran polemista, lo que incluso, según los íntimos, llegó a afectar a su salud. La polémica con Claudio Sánchez-Albornoz fue la más sonada, y la que los ha fijado en la historia del pensamiento hispánico. La querella era sobre la antigüedad de España: para Castro no se podía hablar de españoles sino a partir del mundo semítico bajomedieval de las tres culturas, judíos, árabes y cristianos. Es más, argumentó que la propia palabra España era un término extranjero, provenzal, para referirse a la península. Para Albornoz, su enemigo íntimo, ya que ambos compartieron el exilio republicano, tan español era Séneca como cualquiera de nuestro tiempo; España era “eterna”, y por ende los hispanomusulmanes eran invasores. Pero no fue la única polémica. Castro debatió sobre el mito de Santiago con su maestro Menéndez Pidal. También sobre el influjo del humanismo erasmista con Marcel Bataillon, siguiendo la estela de don Fernando de los Ríos cuando exultante dijo en las cortes republicanas “ya hemos llegado los erasmistas”. Finalmente, con Benzion Netanyahu, padre de Benjamín, sobre la participación de los judeoconversos en el tribunal de la Inquisición. Se ganó así merecida fama de sulfuroso. Algo de agitador cultural tenía más allá del hecho académico, en el que ya había cumplido más que sobradamente con su ingente obra España en su historia.

Cuando se acercaban sus últimos días, Castro comenzó a plantearse su herencia, tanto material como intelectual. En una misiva, tras dejar a sus hijos ciertos bienes, ácidamente les espeta que la herencia espiritual se la otorga a su “otra familia”, con la que piensa reunirse pronto en Nerja. ¿Quién era esa familia? Pues, la larga pléyade de alumnos norteamericanos que podrían catalogarse de “discípulos hispanistas”. Tras su paso por las universidades de Columbia, en 1924, y sobre todo de Madison, Princeton, Houston y San Diego, entre 1937 y 1968, en lo que ya fue su exilio, dejó tras sí una larga saga de partisanos. Por solo mencionar a algunos citaremos a S.Gilman, J.Silverman, A.Sicroff, S.Armistead, F.Márquez Villanueva, J.T.Monroe y un largo etcétera. En España tuvo seguidores reconocidos en J.Jiménez Lozano, J.Rodríguez Puértolas y Juan Goytisolo, entre otra pléyade de admiradores.

A su hija, Carmen, le dejó la correspondencia y sus objetos personales, ya que era la única humanista de su familia –publicó un libro sobre Proust y otro con Benjamín Palencia–, amén de estar casada con el filósofo Xavier Zubiri. Pero este era católico y Castro era agnóstico. Distancia insalvable, pues.

Al no haber una fundación Américo Castro –sí la hay Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Sánchez-Albornoz, etc.– que vele por los intereses del finado, nuestra exposición ha tenido que obtener la documentación de instituciones muy diferentes, más de treinta. Creo que gracias a ello hemos conseguido darle forma a las complejas atmósferas que lo rodeaban, hilando cabos sueltos. Desde la “España negra”, que Castro señaló desde sus primeros momentos de estudiante en Granada, hasta el pansemitismo arabo-hebreo de su pensamiento, que hoy adquiere una gran actualidad. Todo ello con la centralidad de su propia voz, en una grabación recuperada en Harvard a nuestra iniciativa. Esta, la única que nos transmite su voz vibrante, es una disertación sobre Lope de Vega, de 23 de abril de 1963, invitado por J.Marichal. Sorprende la viveza y agilidad del pensar en voz alta de Castro. Es más, a pesar de que Giner de los Ríos cuando marchó a Madrid le sugirió que no hablase más con acento andaluz, llama la atención que su acento tirase entonces más a centroamericano, si bien alguna vez hace alusión a “como dicen en mi tierra”, en alusión a Granada.

En definitiva, la labor de recuperar a uno de los granadinos más célebres del siglo XX, que no había recibido ningún tributo de su universidad, ha sido gratificante, ya que es un acto de justicia con un humanista andaluz (y español) de valor universal. Deseamos que la vuelta a la palestra de Américo Castro sea motivo de renovación intelectual sobre el lugar que España debe ocupar en el mundo de las geoculturas contemporáneas, y no para recaer en controversias estériles. Las bases, creo modestamente, las hemos puesto, exponiendo lo que estaba disperso de una herencia intelectual despiezada por mor de la fatalidad.

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