Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
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Esta Navidad va a ser la más triste en muchas décadas en Valencia. Hace dos meses se abatió sobre esa provincia una catástrofe natural sin precedentes, que provocó más de 220 muertos y sembró caos y destrucción con una fuerza tremenda. Lo sucedido está todavía muy vivo por el recuerdo de las víctimas y porque los escombros y el lodo son el panorama de cada día en muchos pueblos, que están lejos todavía de recuperar un mínimo de normalidad en sus calles. Pero va a ser también una Navidad triste porque los valencianos, y con ellos el resto de los españoles, van a confirmar el fracaso de la política para afrontar una situación en la que era perentoria una actuación rápida y eficaz. En dos meses no puede hablarse de la puesta en marcha ni de planes de reconstrucción efectivos ni de agilidad en el reparto de las ayudas cuya aprobación parece que estaban más encaminadas a la propaganda que a remediar las necesidades más urgentes. De hecho, importantes empresas privadas que se han volcado con los damnificados han demostrado mucha más eficacia que las administraciones. Ni la Comunidad Valenciana, al frente de la cual sigue de forma incomprensible el presidente Carlos Mazón, ni el Gobierno de la nación, han estado a la altura de lo que se demandaba de ellos. Han primado los intereses de partidos en una situación de emergencia absoluta y ello ha convertido a las víctimas en doblemente agraviadas: primero, por la riada; luego, por la ineficacia de unos políticos que no han sabido estar donde la situación lo requería. En Valencia queda todavía todo por hacer. El balance de la reconstrucción no puede ser más desolador y sólo hay que destacar la rapidez y la eficacia en la puesta en marcha de las infraestructuras de carreteras y ferrocarril más perentorias. El resto sigue esperando y los afectados por las riadas continúan sumidos en el abandono.
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