Zapater y Goya

Confabulario

11 de diciembre 2024 - 03:07

El lector ocioso tiene ocasión de contemplar, entre las obras del Museo de Bilbao que se exponen en el Bellas Artes, uno de los retratos que Goya dedicó a su amigo Martín Zapater, su “querido Martín mío de mi alma”, en el año de 1797. La exposición, refinada y breve, es un pequeño compendio de pintura española, Del Greco a Zuloaga, como reza su título. Otro día hablaremos, si hay tiempo y oportunidad, de la secreta relación que guardan Zuloaga y el Greco, puesto que fue Zuloaga, junto a otros conjurados, con don Manuel Bartolomé Cossío a la cabeza, quien vindicó, modernamente, la pintura del pintor cretense. Ahora nos conformamos con recordar la emocionante y duradera amistad habida entre Goya y el comerciante zaragozano Martín Zapater, hasta la muerte de este último en 1803.

Esta amistad de Goya y Zapater se halla documentada en abundancia, gracias a la correspondencia mantenida por ambos. En concreto, gracias a las cartas dirigidas por Goya a su paisano. De ahí se extraerá, no obstante, una imagen poco artística de Goya, puesto que la relación que se sustancia en ellas es una relación familiar, donde se cruzan y solapan asuntos meramente domésticos, incluido el empleo de los ahorros de Goya. Los espíritus delicados acaso descubran con horror que Goya era un extraordinario devoto de la caza, que se envanecía ante su amigo Zapater de haber causado la admiración del infante don Luis por su excepcional puntería. También conocerán que Goya era aficionado a los toros y a los carruajes, y que su perro favorito se llamaba Gitano. Además de eso, Goya era un corresponsal procaz, que enviaba dibujos groseros y romances chuscos a su amigo. Y, naturalmente, guardaba rencor a sus adversarios –por ejemplo a su suegro, el excelente pintor neoclásico Francisco Bayeu– como cualquier otra criatura bajo el sol. De todo eso, alguien pudiera concluir que Goya era un señorín acomodado y frívolo, más interesado en las escopetas y la moneda contante, que en el carácter solemne y misterioso de su arte. Y sin embargo, no es así.

Mientras Jacques-Louis David moralizaba la Revolución francesa –y el Terror, no lo olvidemos–, con una pintura anticuaria y árida, Goya ha elaborado ya, no solo un nuevo idioma para la pintura, del que vivirán, largamente, las vanguardias. Ha traído también, en sus grabados, en sus murales y en sus lienzos, un continente a oscuras donde laten las pasiones y las violencias del hombre. Todo en Goya es, de algún modo, desmesurado y noble. También esa amistad de “tu Paco” con Zapater; una amistad vulgar, acogedora y humanísima.

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