Rosa de los Vientos
Juana González
La solución está en el interior
Soy Juana González. Si alguien de mi quinta me lee por aquí, que sepa que he vuelto. Me han invitado y yo, como no me enseñaron a decir “no”, aquí estoy. Para ser sincera, si tardan cinco segundos en proponerlo, me hubiera ofrecido yo. Llevo casi ocho años sin escribir un artículo de opinión. Tres décadas de periodismo intenso que se esfumaron en treinta segundos.
Y hoy quiero reencontrarme con Jaén. De donde nunca me he ido. Aunque sí me he ausentado de manera intermitente. Unas temporadas más largas que otras, cierto. Todo por culpa de un cáncer, sí, para qué andar con eufemismos si se llama así. O se llamaba, para hablar con propiedad. Se supone que está superado.
A finales de ese 2016 me lo diagnosticaron en una revisión rutinaria del SAS. Gran programa el de detección precoz del cáncer de mama en Andalucía, sí señor. Chapó. Prevención, prevención y prevención. He ahí la clave y, a menudo, la diferencia entre curarse o no. Tuve una suerte espectacular. Así que se me olvidaron rápidamente los tristes treinta segundos. Me centré en lo verdaderamente importante en ese momento: en mí. Yo, mí, me, conmigo... Y en mi familia, claro. Qué gran privilegio disfrutar de mis padres, de mis tres hijos, de mi nieta, de mi marido, hasta del perro. Todo el tiempo del mundo.
Ahí empezaron las largas temporadas en Galicia. Un lugar al que hasta entonces sólo había podido escapar de vacaciones y, después, a las citas médicas, a la operación, a los tratamientos, a las revisiones... Un no parar, oiga. Tanto que entendía perfectamente el gallego, pero ahora creo que podría aprobar el Celga-4 cuando quiera. El equivalente al B-1 de inglés.
Me acostumbré al idioma, eso fue fácil. No tanto al clima. Cualquier día los peces van a ir volando, como en el realismo mágico de las novelas de García Márquez. Así que tengo que bajar a Jaén sí o sí, no solo por familia y otros menesteres, sino, simplemente, para secarme.
En esas temporadas de vuelta intermitente al Sur, descubrí otra familia de esas que no son de sangre. AJICAM. ¡Pero qué gran familia! Siento que voy a caer en tópicos, a despeñarme en tópicos. Es inevitable. Al llegar a la asociación no tienes que explicar nada, porque cuando tú vas, ellas han vuelto. Como canta Chenoa. Tal cual. Te acogen con una naturalidad que cualquiera pensaría que has estado allí siempre. En clase de pilates, o en una merienda saludable, en alguna charla de la psicooncóloga Mode, o en su popular marcha rosa de todos los octubres. Qué mujeres, madre mía, de las que sientan cátedra. Fuertes, curtidas y tiernas a la vez. Cada una, una historia. Un mundo. Pero, como Fuenteovejuna. Todas a una.
No le deseo a nadie la enfermedad, pero juraría que casi fue una bendición, porque así las conocí. O igual habría acabado siendo socia igual, seguro. Cualquiera que sepa de su trayectoria acaba formando parte de la asociación. Ojalá muchas más personas se animen y se unan a AJICAM, así llegarían más lejos en su afán porque se avance en la investigación. Se lo merecen todo, todas.
Lo dicho. He vuelto.
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