Alto y claro
José Antonio Carrizosa
La noria de Sevilla
El lanzador de cuchillos
Técnicamente 2000 fue el último año del siglo XX. Pero una cifra tan redonda es demasiado simbólica como para no imaginar el 2000 como el comienzo de una nueva era. Lo cantaba Miguel Ríos en los ya lejanos años ochenta: “Año dos mil/ llega el año dos mil/ y ¿el milenio traerá/ un mundo feliz/ un lugar de terror/ o simplemente no habrá/ vida en el planeta?”.
Las preguntas que se hacía el rockero granadino empezaron a responderse a las pocas semanas de inaugurarse el nuevo tiempo. En el sentido de cortar de raíz una extraña ilusión nacida en 1992 de la mano del politólogo estadounidense de origen asiático Francis Fukuyama: el fin de la Historia, entendida ésta en el restringido sentido hegeliano de historia de las ideologías (el anunciado desenlace no se traduciría en el fin de los acontecimientos mundiales sino en el de la evolución del pensamiento humano). La tesis de la famosa obra del pensador norteamericano era la siguiente: la victoria del capitalismo, el triunfo de las democracias liberales y la globalización galopante habrían marcado definitivamente el final de nuestras tribulaciones. El mundo de las ideas había llegado a su stazione termini.
No era Fukuyama el primero que preconizaba el fin de la Historia; mucho antes, Carlos Marx ya vaticinó que la orientación del desarrollo histórico culminaría con la realización de la utopía comunista. Pero la Historia no ha terminado. Sólo estuvo, durante un tiempo, digamos detenida. En este primer cuarto de siglo se ha vuelto a poner en marcha. A todo trapo. Y es verdad que el balance histórico de los primeros 25 años del siglo XXI es desalentador: el atentado a las Torres Gemelas y la guerra de Iraq, la gran crisis económica de 2008, los populismos, la radicalización política, los atentados de París, la invasión de Ucrania, la pandemia, el problema migratorio. Etcétera, etcétera. El experto en geopolítica Manlio Graziano ha escrito: “La Historia ha vuelto a funcionar, pero si no encontramos el modo de dirigir su curso, podría conducirnos, entre el riesgo de la guerra y el invierno demográfico, hacia su verdadero y definitivo fin”.
Miguel Ríos tampoco lo veía claro: “Me hacen sentirme pequeño aquí/ impotente y sin salvación/ y sé que pensar en un orden nuestro/ es utópico y de ciencia ficción./ Pero hay que cambiar el sistema/ entramos en la cuenta atrás/ si no ponemos remedio/ el ser humano nunca vencerá”. No exageremos: la Historia es un perro viejo que ha salido de peores aprietos.
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