Las dos orillas
José Joaquín León
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La ciudad maya de Valeriana, recientemente descubierta en Campeche, México, debe su hallazgo a una casualidad venida desde el aire. El lector informado ya estará al cabo de la nueva arqueología espacial, que divisa estructuras terrestres mediante satélite. En el caso de Valeriana, sin embargo, ha sido el estudio del carbono en los bosques, gracias a un rastreo por láser, el que ha propiciado el hallazgo fortuito de la ciudad precolombina. ¿Por qué Valeriana? En la noticia no se especifica por qué los arqueólogos de la Universidad de Arizona del Norte han querido llamarla así. Sin duda por una razón de peso. A mí se me ocurre, no obstante, que podrían haber escogido el nombre de algún ilustrado americano o español, de los muchos que hubo en la monarquía hispánica, que dedicaron su tiempo y su curiosidad a consignar las antigüedades precolombinas. Por ejemplo, al mexicano José Antonio de Alzate, entusiasta y polémico defensor de su pasado arqueológico.
¿Por qué polémico? Cuando Humbodlt visita la Nueva España en 1803-1804, escribe que: “Ninguna ciudad del Nuevo Continente, sin exceptuar los Estados Unidos, presenta establecimientos científicos tan grandes y sólidos como la capital de México”. A continuación, el naturalista alemán añade que la escultura mexicana debiera exhibirse en la Academia, como “obras de un pueblo semi bárbaro”. Este tipo de opinión era la que enfadaba, con razón, a Alzate. Mientras las antiguallas del Viejo Mundo, incluidas las antigüedades egipcias, tan ponderadas por Denon, se ofrecen como modelo al orbe ilustrado, los vestigios del Nuevo Mundo no pasaban de ser, a ojos de la erudición europea, la muestra de una cultura tosca y arcaica. La Academia de San Carlos que menciona Humboldt fue fundada por Carlos III en 1781. Pero ya en tiempos de Fernando VI habían comenzado las expediciones a la ciudad maya de Palenque; expediciones que culminarán, en época de Carlos IV, con la de Guillermo Dupaix y el dibujante Luciano Castañeda.
En su último viaje, en plena guerra de la Independencia, Dupaix sería confundido con un espía francés, tanto por su apellido como por su sospechosa práctica del dibujo. Recordemos que esto mismo le había ocurrido a Goethe en Italia; y algo similar le ocurrirá a David Roberts en Sevilla, cuando quiera hacer un apunte de la zona amurallada del río. De hecho, el pintor Girodet estuvo a punto de perder la vida, camino de Roma, por iguales motivos. Si volvemos a la Valeriana maya, digo que Alzate o Dupaix serían estupendos nombres para la ciudad emergida.
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