Universidades y chiringuitos

Alto y claro

Tenemos dos gobiernos, uno en Madrid y otro en Sevilla, especializados en agitar polémicas absurdas sin otro objetivo que mantener encendidas las llamas de la polarización y el enfrentamiento ideológico. De las últimas, y hay un puñado que se podría reseñar, la más insulsa de todas es la que pretende estigmatizar a las universidades privadas como chiringuitos, sin otro afán que el del lucro, que venden títulos al peso frente a la supuesta excelencia docente y de valores de las públicas. Todos los reduccionismos conducen a la inanidad y este no es una excepción. Sólo bastaría asomarse un poco al mundo para comprobar que la mayoría de las universidades en la cima del prestigio y de las que sale la excelencia son privadas. También las que promueven con más ahínco valores de liberalidad. Si hacía falta algún ejemplo, ahí están las dificultades que está atravesando Harvard desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y las actitudes equívocas que se han visto en otras como Columbia.

Pero no hay que irse tan lejos. En Sevilla, tanto en el ámbito de las públicas como en el de las privadas, tenemos un poco de todo, como corresponde, por cierto, a una de las principales ciudades de España que acoge a una población, sumada el área metropolitana, que supera con creces el millón y medio de personas. En los últimos años, gracias a la mano laxa del Gobierno del PP en la Junta, han proliferado como setas universidades promovidas por grupos religiosos o económicos con niveles de solvencia académica que están muy lejos de haber podido acreditar. Por el diseño de muchas de ellas parece destinado a proporcionar titulaciones a alumnos que no han podido sacar la nota de corte que exigen las públicas para acceder a sus facultades.

Junto con esta realidad, en Sevilla tenemos una universidad privada, la promovida por los jesuitas, que ha logrado en relativo poco tiempo acreditarse como una de las mejores de Andalucía y que es capaz de hablar de tú a tú a las públicas. Nadie duda que la Loyola es una universidad capacitada para formar a sus alumnos y lanzar al mercado profesionales competentes en áreas muy diversas. Su existencia confirma que las universidades privadas tienen un papel que cumplir en una sociedad abierta.

Por lo que respecta a sus dos universidades públicas, Sevilla tiene motivos para estar satisfecha del trabajo que se realiza en algunas de sus facultades y escuelas, pero ninguna de las dos compite en la élite de las españolas ni están en los rankings internacionales en puestos destacados. En esta cuestión, como en otras tantas cosas, Sevilla se mueve en una gris mediocridad. Las universidades públicas de Sevilla, que cumplen una función social insustituible, están, sin embargo, lejos del nivel que cabría exigirles a las de la cuarta ciudad de España.

Más que discutir las bondades de unas y las maldades de otras, a lo que tendríamos que aspirar es a tener universidades excelentes porque solo con ellas se ponen las bases del progreso. En ese terreno, tanto en las públicas como en las privadas, nos queda mucho por hacer.

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