SALA DE ESPERA
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SALA DE ESPERA
La presidencia de Estados Unidos se la ha llevado Trump, pero la auténtica victoria es compartida por el resto de corruptos, racistas, misóginos, radicales y ricos fabricantes de bulos que pululan más allá de las fronteras norteamericanas. Los que han ganado son los dueños de las máquinas de fango, los artífices de vertederos de noticias falsas que inundan Telegram, Facebook y Tiktok, los Iker Jiménez y demás altavoces basura que generan odio a cambio de dinero y poder para unos pocos.
El triunfo es para los cuñados que dicen que el cambio climático es una patraña y que la Agenda 2030 nos va a llevar a la ruina, para los que se ríen de las políticas contra la violencia de género y para los que sueltan, una y otra vez, que los inmigrantes ilegales reciben mil y pico euros por cada hijo que tienen y que así se hacen ricos mientras que ellos, los buenos, son fritos por Hacienda. El premio ha sido para los que miran para otro lado cuando se quitan plazas en institutos públicos para dárselas a colegios privados o los que ven como algo normal que pacientes de la sanidad que pagamos todos acaben derivados en empresas con ánimo de lucro.
Les ha salido bien la jugada, y no es la primera vez. No son los derechos sociales, la economía, la prosperidad, la igualdad o la felicidad… Es la comunicación, y los buenos populistas saben elegir las formas más perversas de comunicar: tienen auténticos especialistas en estrujar las herramientas mediáticas y los algoritmos, además de que aprovechan cualquier ápice de confrontación para ganar espacios a toda costa. Es el mensaje falso y simplista y el dominio de los canales para que su propaganda convierta el espacio público en un lodazal. Es aprovecharse de la libertad de expresión para insultar, calumniar y mentir. En Estados Unidos y en España. Si hay que robar editoriales, comprar Twitter o politizar El Hormiguero, se hace. Sin escrúpulos y miramientos.
Los partidos políticos serios tienen que hacérselo mirar. Hoy mismo, sin dilación. Si Trump pudo colonizar a los republicanos estadounidenses cargándose incluso las líneas ideológicas de la formación, aquí puede pasar lo mismo. Por ello, los partidos democráticos tienen que apartar de sus filas a los mediocres, a los acomodados y a los acostumbrados a otros tiempos. Tienen que buscar en la calle, con urgencia, a gente brillante, a gente que haga y que quiera hacer, que tenga buenas ideas, que tenga verdadera vocación de servicio público. E igualmente han de cambiar las estrategias de comunicación y adecuarlas a los nuevos escenarios, a los nuevos lenguajes, a los nuevos públicos, a las nuevas formas de interacción.
Los Trump y sus discípulos ganan aprovechándose de la democracia para ir contra la democracia. Generan barullo porque lo necesitan para su beneficio; así triunfa la mentira perfecta: haciéndoles creer a los dominados que dominan algo. Los racistas, los machistas, los ignorantes y los buleros no soportarían un debate sosegado, pero hoy presumen de todo ello, y precisamente por ello ganan. Algo se ha roto social y moralmente, y hay que luchar contra la involución. Es necesario atraer a los más capacitados y esforzarse mucho más que hasta ahora para construir una sociedad mejor. Porque, mientras, los Trump siguen ganando y hoy el mundo es un lugar mucho peor que ayer.
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