Tourits go home!

05 de agosto 2024 - 09:54

En las últimas semanas hemos asistido a diversas manifestaciones por la geografía nacional en contra del turismo masivo. Desde diferentes puntos de España, grupos organizados han salido a la calle a decirles a los turistas que ya no son bienvenidos. De Granada a Mallorca y de Cantabria a Canarias, este nuevo movimiento apadrinado una vez más por la izquierda caviar de nuestro país, ha puesto en el punto de mira al turismo como nuevo enemigo de la población.

No podemos negar las incomodidades que genera la masificación del turismo en ciertos puntos. Desde la dificultad para circular o aparcar en los aledaños de según qué zonas, a las molestias que ocasiona tener en tu bloque un piso de alquiler turístico que cada fin de semana recibe a jóvenes europeos ávidos de fiesta, alcohol (y quien sabe qué más) y tapas, vivir en una zona turística puede suponer un verdadero infierno para quienes residen en los lugares más turísticos de nuestro país. Y la cuestión no es si debemos acabar con el turismo. La cuestión es como encontramos un equilibrio.

El turismo es el primer sector de actividad del país. Su impacto en nuestra economía supera el 15% del PIB, prácticamente el doble que la agricultura o industrias como la automovilística o la agroalimentaria que apenas alcanzan el 9% del nuestro Producto Interior Bruto empleando a alrededor de más de 2 millones de personas y generando más de 187.000 millones de euros de actividad económica. Un tesoro que no nos podemos permitir perder, más aún en un país donde desde hace demasiados años carecemos de un modelo de crecimiento industrial y donde el sector primario, está en plena crisis por los altos costes de producción y las diferentes trabas administrativas que desde Bruselas imponen sin que sepamos bien cuál es el sentido

Pero más allá de la cuestión económica, está la cuestión moral. El turismo de masas es el turismo de las clases medias. De los currantes, de las familias obreras. Aquel que se busca un apartamento turístico para pasar una semana en Mallorca, Canarias o Barcelona, es el tieso que se ha pegado 11 meses ahorrando y buscando la oferta en plataformas como booking o Airbnb, con el objetivo de salir durante unos días de la rutina del currele de 8 a 20h de lunes a viernes. Persiguiendo el turismo masivo, lo que se persigue es el derecho de las clases humildes a tener su merecido descanso.

Es curioso y llamativo que sean precisamente los grupos de la izquierda más radical de este país quien esté alentando a perseguir a los turistas low-cost, que no son más que los currelas que se tiran de septiembre a julio partiéndose el alma por un sueldo que cada vez da para menos cosas. Porque el turista de masas, no es solo el inglés borracho que salta del balcón a la piscina en Magaluf. El turista de masas, es usted mismo pasando el Puente de Andalucía en Roma, volando con Ryanair, alojándose en un apartamento barato de los que inundan las plataformas de reservas y comiéndose la carbonara en el mismo restaurante atestado que ha visto en el último reel de Instagram.

Pero la cruz de esa moneda son esas impertinencias que generan entre los residentes, que van desde los ruidos e incomodidades, al alto precio del alquiler de las viviendas en las zonas más turísticas, que hace que encontrar un alojamiento digno sea casi imposible para muchas familias. La laxitud con la que la Administración ha actuado en la regulación de los pisos turísticos y la nefasta regulación de las políticas de alquiler residencial, hace que para muchos propietarios, la mayoría pequeños inversores que se hipotecan en una vivienda buscando un plus de rentabilidad, opten por la seguridad y liquidez inmediata que ofrecen las plataformas de alquiler turístico, frente a la inseguridad que produce el alquiler tradicional.

Si un pequeño arrendador, se encontrase con más dificultades para poner su propiedad en servicio de alquiler turístico y obtuviera incentivos fiscales por tener su vivienda al servicio del alquiler tradicional, muchos de los pisos turísticos pasarían al alquiler residencial, bajando así no solo el número de viviendas turísticas que tantos problemas ocasionan a los residentes, sino también el precio del alquiler en muchas de estas zonas al ampliar la oferta de vivienda en arrendamiento tradicional.

En cualquier caso, la solución no puede ser nunca decir a los turistas que ya no son bienvenidos. Económicamente es un lujo que no nos podemos permitir y socialmente, tampoco parece demasiado progresista exigir que el turismo sea solo cosa de unos pocos privilegiados que se pueden permitir veranear en un resort de lujo, alejados del mundanal ruido de la plebe.

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