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Jaén/El periodista Peñita le puso en suerte la cuestión, la noche que la Tertulia El Porvenir le entregó su premio anual a la Excelencia Taurina, preguntándole en qué plaza le gustaría debutar como matador la temporada en curso y Ortega con la claridad de quien puede escoger si se le presenta la opción confesó :“Quizás la placita más bonita que haya visto en mi vida, la de Un pueblecito de Jaén que se llama Segura de la Sierra”.
Sus palabras encierran un deseo. O muchos. Torear sin mayores pretensiones, ni ambiciones económicas que se sustentan en una taquilla imposible porque es precisamente ahí donde radica una parte de la magia de los toros en Segura de la Sierra: la libertad de ir a los toros y presenciar un festejo en un majestuoso tendido natural que iguala y no distingue.
De Segura y sus contornos peregrinan atravesando la sierra, buscando el toreo, en una especie de romería taurina. Acuden al encuentro del toreo andando los caminos un público que es agradecido porque ir hasta allí requiere un esfuerzo.
Ahora lugareños y forasteros asisten a Segura buscando la música en escenarios singulares porque Broncano – el hermano músico- lo genera y proporciona en verano. De un tiempo a esta parte van los músicos a Segura. Pero a Segura realmente quienes siempre acudieron fueron los toreros.
Porque Segura es un reducto donde se explica por qué el toreo es un universo que vive al margen. Allí el profano se asoma al encuentro de un mundo que puede parecer invisible porque los medios no centran su mirada ante lo taurino. Pero al contrario, ahí está la verdad de la vida.
La elección de someterse al juicio y el veredicto público sin mayor compensación que el aplauso. A los toreros les mueve otra cosa. Porque en su mente viaja permanentemente un anhelo: un lance, un muletazo o una embestida, te ayudan a sentirte vivo. Muy vivo.
Torear en Segura significa renunciar a lo cómodo y apostar por lo auténtico. Subirse a 1.200 metros de altitud para hacer el toreo entre piedras milenarias, aquellas que cobijan el escenario más remoto donde las fiestas de toros se vienen perpetuando en nuestro territorio, no sólo provincial, sino nacional porque un estudio reciente de los profesores de la Universidad de Jaén Francisco Gómez Cabeza y Mercedes Navarro Pérez así nos lo demuestran.
En el portón de cuadrillas de la plaza de toros de Segura de la Sierra Lope Morales dejó escrita la tauromaquia segureña que revive en su escenario por octubre, cuando la Virgen del Rosario trae de nuevo los toros a Segura y allí se va a ver torear. Toreé quien toreé. Y casi siempre de traje corto, popularizando el toreo y alejándolo del brillo de los alamares de los trajes de luces, porque allí no es eso lo que se pretende. Ni lo que importa.
Sólo basta con mantener el rito del hombre frente a la res brava haciéndolo en el marco rectangular de la plaza de toros más pintoresca de todo Jaén con El Yelmo por testigo.
Juan Ortega quiere torear en Segura de la Sierra y hacerlo treinta años después de que un trianero como él, encontrase allí el sitio de su felicidad. Su nombre, Antonio Palomo, figura repetido pero sobre todo perpetuado en los azulejos de la plaza de toros de Segura de la Sierra como arquetipo de lo que significa torear por el gusto de torear.
Torear por la necesidad de torear sin una real necesidad materialista, pero sí espiritual. La razón del aficionado práctico, aquel que cuando torea en público lo hace por pura afición y sin mayor aditamento que la de cumplir el sueño de salir a buscar la felicidad y encontrarla aunque sea pasando miedo por placer.
Por eso la plaza de toros de Segura de la Sierra era y es el escenario perfecto para torear en libertad. Pero también para hacer realidad eso sueños de torear que a veces se cumplen.
Y torear en Segura debe ser mucho más que una experiencia. También será un privilegio.
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