Toldos verdes

El mundo de ayer

24 de enero 2025 - 03:09

Escribe André Bazin en uno de sus ensayos sobre cine que “el bosque de cemento de Los Nibelungos [película mitológica de Fritz Lang] puede parecer infinito, pero no creemos en su espacio; mientras que el murmullo de una simple rama de álamo agitada por el viento, bajo el sol, bastaría para evocar todos los bosques del mundo”. Y es cierto: bajo el poder del sueño, un bosque cabe en una rama de álamo, igual que Hamlet decía: “Podría estar encerrado en la cáscara de una nuez y creerme soberano de un infinito espacio”.

El arquitecto Pablo Arboleda y el fotógrafo Kike Carbajal han sacado un libro dedicado a una de esas partículas que concentran la vida de las urbes: los toldos de las casas, concretamente los toldos verdes. Aquí en el sur, salvo en las playas, no he visto yo tantos toldos verdes como en Madrid, que es donde sucede el libro. Creo que cada ciudad tiene su propio toldo verde, su propio joyero con las alhajas de la familia. Son objetos o sombras o plantas que te ven pasar todos los días y se sonríen callados y que forman parte de la historia de tu vida. Dentro de cada ciudad hay muchas otras ciudades, como en la novela de China Miéville; una en cada corazón y en cada reloj.

El color de la Sevilla urbana, de la mía, es una mezcla de blanco y albero o burdeos y de ladrillo visto. Y en mi cabeza Sevilla es, más que la Giralda o el Alcázar, más que las callejuelas de Santa Cruz o la Puerta Jerez, con sus flamenquillas y sus bailes urbanos, más que las archisabidas cerámicas y esquinas de la Plaza de España, las plazas interiores y húmedas y desoladas del barrio del Tardón, las lluvias fuertes, las estrecheces de Antillano Campos, los bloques altos de San Pablo, las gárgaras de las palomas, los paseos tristes por la Cartuja, entre gatos tranquilos y sombras dormidas y losas melladas por las raíces y el abandono. Y en vez de toldos verdes, charcos sucios, bombonas de butano y jaramagos. Es esta una Sevilla más de ayer que de mañana, porque la Sevilla de mañana está mucho más lejos, en los bloques altos de Sevilla Este y Bellavista, en los chalés del Aljarafe y Dos Hermanas, en las cotorras Kramer y en las fotos de Instagram.

Hay una vasija dentro de la cabeza que recoge estas impresiones, y que parece olvidarlas, pero en realidad las guarda como guardan los camellos el agua en sus jorobas, sabiendo que un día, aunque no nos hayamos movido del sitio, aunque sigamos viviendo en el piso de siempre, todo habrá cambiado tanto que alguien nos tendrá que decir que nosotros mismos una vez fuimos. Los toldos, las sombras, los sellos invisibles.

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