El Tinnel gallego

15 de febrero 2024 - 07:00

Fue con el “tripartit” con lo que empezó todo. El “pacto del Tinell” del que se cumplieron 20 años hace escasos meses fue la mecha que prendió la actual humareda de crispación y polarización política a cuentas sobre todo, de las tensiones que los separatistas catalanes insuflan al actual panorama político nacional.

Retrocedamos en el tiempo. El 16 de noviembre de 2003 las elecciones catalanas dejaban a la Convergencia i Unió de Artur Más a pocos escaños de la mayoría absoluta, lo que daba ocasión a que el PSOE alcanzara una mayoría suficiente para gobernar en coalición de dos partidos minoritarios; ERC e Iniciativa per Catalunya. Dos partidos de representación residual en la política catalana, pero que el PSOE alzó al poder dando así carta de notabilidad al ala más radical del nacionalismo catalán. El único partido que hace dos décadas, defendía abiertamente la independencia catalana.

Lo que quedó de aquel trienio en el que socialistas, independentistas y comunistas se repartieron la Generalitat de Cataluña no pasará a la historia sino es por la infamia. A saber; un Estatut donde se empezaba a cuestionar el significado de España como país y que daba patente de corso a la patraña de la nación catalana. El inicio de la política de persecución lingüística del castellano en Cataluña o los pactos entre Carod-Rovira y ETA para que los terroristas vascos pusieran sus bombas en el resto de España, pero que respetase Cataluña a cambio de que esta iniciase su senda separatista.

De aquellos barros estos lodos. Ese legado político del tripartit catalán es la que explica la actual situación política nacional y fue sin duda germen de la transformación del nacionalismo catalán que entró en una carrera vertiginosa por ver quién era más independentista, toda vez que el ala moderada de la antigua CiU, salpicada por los casos de corrupción era apartada de la escena política, dando cada vez más protagonismo al ala radical de la extrema derecha independentista catalana.

Dicen que los pueblos que no conocen su historia, están condenados a repetirla. Este domingo, la izquierda sueña con que el partido hegemónico de Galicia, el Partido Popular, no sume la mágica cifra de 39 escaños para arrebatarle el poder. La alternativa al partido de la gaviota es un BNG que es socio de Bildu y ERC para las europeas dando incluso su consentimiento a que esta coalición sea liderada por un miembro de ETA como Pernando Barrena. Y a pesar de que posiblemente su representación sea la mitad que la de los populares, el partido socialista que es también residual en tierras gallegas, parece dispuesta a dar el poder, a pesar de que la agenda de los nacionalistas gallegos incluye temas que todos nos sabemos de memoria; referéndum, eliminar el castellano de las aulas, independencia, etc., prendiendo la mecha de la convulsión nacionalista en otro extremo del país, a pesar de que el independentismo en Galicia no deja de ser un factor residual como en su día era en Cataluña.

Se corre así el riesgo de que las deudas del Gobierno de Sánchez acabemos pagándolas una vez más entre todos. Más allá de que me parezca bien o mal que gobierne el Partido Popular, lo cierto es que las elecciones gallegas tienen mucha más importancia de lo que nos puedan parecer. Porque si los números dan, aunque la coalición de Yolanda Díaz siquiera entre en el Parlamento Gallego, nos enfrentamos a nuevo incendio nacionalista provocado. De esos que arrasan miles de hectáreas de la democracia.

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