
Del Gran Eje a La Alameda
José Luis Marín Weil
En cinco minutos
Fragmentos
En Andalucía disponemos, según distintas fuentes, de 227 espacios teatrales de todos los tamaños y tipos, algunos históricos como el Falla de Cádiz, el Cervantes de Málaga, el Villamarta de Jerez o el Gran Teatro de Huelva o Córdoba, otros de nueva planta como el Maestranza de Sevilla, el Auditorio Maestro Padilla de Almería, el Infanta Leonor de Jaén, hasta los más clásicos como el Teatro Romano de Itálica, o el castillo de Niebla, la Alcazaba de Almería, o muy singulares como el único Patio de Carlos V de la Alhambra. Es un número importante de recintos, pero no lo es tanto si, dada nuestra alta cifra de población, vemos que corresponden a 2,63 espacios por cien mil habitantes, tomando un índice de referencia habitual. Por ejemplo, si consideramos ese índice, la media de España es de 3,70 salas, la comunidad de Madrid tiene 4,04 salas por cien mil habitantes y Cataluña llega a 4,89 salas por el mismo número de habitantes. Números que parecen altos pero que no lo son cuando los comparamos con las 6,50 salas de Alemania y las 8,87 salas por cien mil habitantes de Francia.
A pesar de los esfuerzos continuados desde los años ochenta, tanto del Gobierno Central, como de la Junta de Andalucía, Diputaciones Provinciales y Ayuntamientos en la rehabilitación, construcción o habilitación de teatros, aún nos quedan por conseguir unos cien espacios más, hasta llegar a los 320, más o menos, que nos pondría en la media nacional. Lo digo por si a algún dirigente político o cultural les parecen muchos, aunque algunas veces sean la única infraestructura cultural de un municipio. Hay que seguir con toda esta labor de las últimas décadas, que ha sido un gran acierto de la sociedad española en su conjunto. Lo más positivo sin duda es que los teatros están ahí y que han transformado radicalmente el contacto del público con las artes escénicas.
La mayoría de ellos son generalmente de propiedad municipal, que es una de sus fortalezas, al estar vinculados a la vida cultural de cada pueblo o ciudad, pero lo cierto es que no todos los Ayuntamientos han podido con sus ajustados presupuestos, o no han querido, dedicar el esfuerzo necesario de mantenimiento y actualización a los teatros. Surge así la cuestión: ¿cómo garantizar que todas esas inversiones públicas en estos años no terminan perdiendo el carácter de inversión social? Creo que hay que garantizar esa labor de mantenimiento preventivo y continuado y encontrar fórmulas de gestión en la programación y residencia artística que permitan que el sector profesional de las artes escénicas y la música colabore con los equipos municipales de cultura. Allí donde las asociaciones culturales locales y compañías profesionales sienten como suyos esos escenarios los problemas son menores. Todos esos recintos son un legado a mantener y una poderosa herramienta social y cultural. Hay que seguir con las infraestructuras escénicas y el público debe ser parte clave, porque es la mejor garantía de que perduren.
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