Taurinos a la ofensiva

¡Oh, Fabio!

19 de octubre 2024 - 03:10

Muy caro le ha salido al ministro de Cultura, Ernest Urtasun, su mala educación con El Juli en el acto de los premios nacionales del ramo. Aunque su intención era hacerle un guiño a su parroquia sobre su firme compromiso con el animalismo antitaurino, lo único que evidenció es la soberbia de un poder al que no le importa mostrar ante el respetable su grosería, incluso con alguien que, le gustase o no al político de Sumar, estaba premiando. Frente a un ministro con exceso de peluquería (aunque no lo parezca es así) y cara enfurruñada se colocó el diestro madrileño con paso firme y torero, bien chulapo el tío, educado y elegante, saludando como un auténtico señor, por su orden, sin descomponer el gesto, como si en vez de estar ante un cantamañanas le mirase a la cara a un morlaco de verdad, de esos cuyos pitones arrastran a las almas al Valle de Josafat. Y luego, la andanada al estilo fragata del XVIII: “Soy el último torero en recibir este premio tan importante y estoy seguro de que volverá la cordura, la responsabilidad y que en un futuro próximo muchos compañeros lo volverán a recoger de manos de un ministro con educación que no censure nuestra profesión”. Todavía se está rascando Urtasun.

La gran faena de El Juli coincidió además en el tiempo con la Concha de Oro con la que el Festival de San Sebastián ha premiado a un documental de Albert Serra sobre Roca Rey, Tardes de soledad. En el colmo del ridículo, una radio de progreso llegó a decir que era una película “sobre la crueldad en los toros”, cuando los que la han visto afirman que es un impresionante, descarnado y solanesco retrato, sin alamares ni cursilerías, sobre la manifestación cultural más peculiar de España.

Entre las dos cosas, el paseíllo de El Juli y el éxito de Serra, están los taurinos eufóricos y a la ofensiva, algo que está siendo posible gracias a un núcleo resistente que durante los momentos más duros ha conservado la alegría y la fe en la Fiesta. Son gentes de muy diferentes generaciones y tendencias estéticas o políticas, unidas solos por el amor a la fiesta y ese sorprendente amor a la vida que poseen todos los taurinos con los que uno se ha tropezado en la vida. Los toros, como la santidad, es una suerte de hedonismo. Se les ve contentos en las redes, cargando al galope, como los garrochistas de Bailén (“A por ellos, como a las vacas”).

Pasará Urtasun y su grosería-caviar, pero no el entusiasmo de este puñado de hombres y mujeres que editan libros y revistas, organizan conferencias, escriben en los periódicos, recorren la geografía hispana en busca de una chicuelina o no paran de perorar en las barras (las pocas que van quedando) sobre tal o cual novillero de breve cintura. Son ellos, y no los revenidos, los que hacen de España un país digno de amor.

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