Rosa de los Vientos
Juana González
La solución está en el interior
Parece que fue ayer cuando pasé tres días de nervios y sudores, que se hicieron eternos, en una de las aulas de la antigua Escuela de Peritos. Imponente edificio para una criaturilla de diecisiete años cuya máxima aspiración vital entonces era aprobar la Selectividad para poder estudiar Periodismo. Bendita inocencia. Nadie me explicó que se podía ser periodista sin necesidad de pasar por ese trago, ni por los cinco años en la Universidad, pero no voy a repetirme más. Hoy, por lo menos.
Si quitamos el fichaje de Mbappé, las recientes elecciones europeas o la enésima carta del presidente Sánchez a la ciudadanía, estos días atrás no se ha hablado más que de los exámenes de Selectividad de este año y del cambio de la Ebau que acaba de aprobarse la semana pasada y que empezará a aplicarse el curso próximo, en junio de 2025.
El escepticismo es generalizado, tanto entre el profesorado, como entre los estudiantes que tendrán el dudoso honor de ser los primeros en estrenarse en esta flamante PAU. Me parece lógico que las faltas de ortografía puedan bajar hasta un 10% de la nota, porque no deja de ser un criterio objetivo donde los haya. Otra cosa son las redacciones en las que se evalúa la madurez o capacidad crítica del estudiante. Al menos, el setenta por ciento de las respuestas de cada ejercicio serán breves o abiertas y resto serán cerradas o tipo test. Ese parece el grueso del cambio, con el objetivo, a priori, de valorar el pensamiento reflexivo más que la capacidad de memorización a la hora de resolver ejercicios. Muy bonito sobre el papel, nunca mejor dicho.
Por más que los criterios de corrección sean comunes, ahí es donde el alumno se la juega, como las colonias de hombre en las distancias cortas. (Perdón por el mal chiste).
Lo siento, pero a mí esta enésima reforma educativa me suena a aquello de “que cambie todo para que todo siga igual”. No hay gobierno que no sucumba a la tentación de meter mano en cuestiones de educación y dejar su huella.
El año del Mundial de Naranjito, la madre de mi amiga Mari Cruz nos prometió una tarta si aprobábamos la Selectividad. ¡Qué rica nos supo! Mil gracias Alfonsa, allá dónde estés sé que tú tampoco la has olvidado.
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