El taponcito

Gafas de cerca

20 de agosto 2024 - 03:07

Algún día a lo largo del curso, al finalizar la clase, invitaba a aquellos que así lo quisieran a quedarse unos minutos para completar un cuestionario de no más de diez preguntas, con respuestas cerradas y binarias –“Sí” o “No”– sobre asuntos que nada tenían que ver con la asignatura. La metodología y los resultados de aquella encuesta no eran científicos ni por asomo; ni ganas había de hacer ciencia. Se advertía a los amables conejillos de indias de que las preguntas bien podían ser arbitrarias, y hasta tendenciosas.

Variaban sobre asuntos de actualidad, desde si te gustaban Rafael Nadal, Wyoming, Bertín o Almodóvar; o si te sentías católico o no creyente, si creías en el movimiento ecologista o en el feminismo, cosas así. La respuesta a la última cuestión no era de Sí/No, sino: “¿Se siente usted de izquierdas o de derechas?”. Se echaban los datos a pelear con una estadística fullera, y normalmente los síes y los noes se alineaban de forma significativa con esa última pregunta. No hacía falta el experimento para saber que nuestra ideología se complementa con anécdotas.

En este primer verano en el que los tapones no se pueden separar de las botellas de plástico, resulta binaria la aceptación de tal mandato o, alternativamente, su rechazo. El taponcito se antoja también un marcador ideológico. La norma de Consumo se dirige, creo, a evitar que el plástico infeste más de plástico al mar, y, también quiero creer, a concienciar sobre cierta forma de civismo del desecho. Quejarse de que, por culpa de esa limitación tan soslayable, el agua mineral te empapa la pechera, o cachondearse de lo supuestamente ridículo del asunto parece ser un cebo para los vigías del antiecologismo, una sensibilidad que causa daño –a mi entender– a la derecha necesaria. (Claro, cabe decir otro tanto en otras trivialidades del extremo contrario del arco político, el de la fiel infantería de izquierdas: pero hablamos aquí del rechazo al taponcito).

Una minucia cualquiera puede devenir en importante; cualquier chorrada que prometa alta difusión vale para llenar de cartuchos la canana y comenzar a disparar. Cananas binarias. O sí o no; o blanco o negro. La vida es más fácil así, con claros enemigos y firme pero escaso criterio, sin atrevernos a mezclar la propia paleta de colores. Hacer de la política un asunto binario con cualquier excusa es retrógrado, un vicio cómodo. Qué mal van a envejecer todas estas certezas de ocasión, estas pequeñas granadas de racimo. Echemos el tapón para un lado, y ya está. Y bebamos. Mejor, dejemos de comprar tanto plástico.

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