Singing in the rain

Vericuetos

22 de marzo 2025 - 08:00

Tengo ya verdín en las orejas. Uno, que es de secano y terruño, no está acostumbrado a chirimiris ni orvallos, y mucho menos a este carrusel de borrascas de la A a la Z en el que llevamos montados todo el invierno. Que sí, que el agua es necesaria; no lo discuto… Se evita la sequía, baja el precio del aceite y se podrán llenar las piscinas, entre otros beneficios. Pero habituado como estoy a la manga corta, las gafas de sol, los cielos azules y el sudor en la frente, pues me van a permitir ustedes que muestre mi hartazgo con esta especie de Galicia sureña en que resido.

Defendían los estoicos, perfilando con brocha gorda su pensamiento, que a mal tiempo buena cara; y en eso ando o, mejor dicho, en eso nado. Porque uno puede leer y hasta empatizar con Marco Aurelio, pero sus meditaciones se soportan mejor si, de vez en cuando, se disfruta de una cervecita con una buena dosis de vitamina D. Que ya soy estoico de lunes a viernes, y prefiero ser hedonista los sábados y fiestas de guardar… Todo sea por honrar a los clásicos.

Por el contrario, hay gente (dudo que sean personas) que disfrutan con dos semanas seguidas calados hasta los huesos. Esos desalmados, negacionistas de la diversión ajena, gozan hasta el éxtasis contemplando la lluvia desde el alféizar de su ventana, como palomos en un chopo. Con la misma cara, casi arrullando… Girando sus cabezas cada vez que pasa un coche, hipnotizados por el sonido de los neumáticos sobre los charcos en un alarde de melancolía que aburre a los muertos pasada la emoción inicial de la novedad.

Al tercer día de diluvio ya Noé nos empieza a caer mal. Él tranquilo en su barca y nosotros en un atasco perenne, porque ya todas las horas son punta. Y si evitamos conducir para evitar imbéciles nos tenemos que armar de valor para jugar al buscaminas sobre las baldosas partidas del acerado, donde cada pisada supone un géiser directo a los bajos del pantalón y a los correspondientes calcetines, chapoteando como balletas absorventes dentro de nuestros zapatos. Todo ello antes de llegar al bordillo frente al paso de peatones donde, inmóviles, recibimos un agradable baño de agua sucia lanzada por el autobús de turno con todo su gracejo y buen hacer… ¡Y solo son las ocho de la mañana!

Así llevo semanas y, como ustedes comprenderán, echo de menos los cuarenta grados a la sombra, la sequía, la piscina de mi hermano y el aceite a diez euros el litro. Bueno, eso último no... Cuando todo eso regrese, porque sin duda regresará, echaré de menos estos días de parque acuático y maldeciré mi mala suerte por haber nacido en este norte de África que es Andalucía en verano. Pero ahora mismo me van a perdonar si les lloro un poco; total, unas cuantas gotas más de agua no se van a notar… A ver si un día de estos me levanto con ganas y canto bajo la lluvia, como un estoico. Aunque, bueno, ya que estoy, mejor haré migas...

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