SALA DE ESPERA
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Notas al margen
El aspecto desaliñado de Puigdemont por las callejuelas de Barcelona, escoltado por presuntos mossos de aspecto playero, le otorgó realce a la ópera bufa que protagonizó en la investidura de Salvador Illa. Más que el ex president, parecía que volvían los payasos de la tele. Pero la triste realidad –nada que ver con el regreso triunfal de Tarradellas– era otra bien distinta. Después de que Pedro Sánchez amnistiara al líder de la ultraderecha más elitista y reaccionaria de esa Cataluña que hace tan sólo unos años era el motor económico de España, su socio se lo agradecía con una escena de épica de bolsillo burlándose de todos con su consentimiento. Así le devolvía el favor apartando los focos del vergonzante pacto de Sánchez con los independentistas por un rato. El presidente del Gobierno felicitó a Illa con un tuit y debió vivirlo como una ensoñación, porque enmudeció en la jornada más esperpéntica y humillante que se recuerda. Muchos no lo superan y habrían preferido la verdad de esta farsa, aunque duela. El fugado regresó, sorteó la vigilancia y tras dedicar una peineta al sistema, volvió a escapar achicharrándole la sangre a todo un país que observaba sin dar crédito. Los Mossos montaron la operación jaula abierta cuando el pájaro ya volaba. A un vigilante de la ORA seguro que no se le habría escapado. Pero a pesar de que se le veían a leguas los trucos baratos de su ilusionismo, se salió con la suya sin oposición. Aún se ignora si Puigdemont huyó en el maletero de un coche o por las alcantarillas, como el separatista Josep Juncas hace un siglo.
Este show burlesco tan cutre, esta saga/fuga de C. P., parafraseando la célebre novela de Torrente Ballester, estuvo precedido del cupo catalán que Sánchez le entregó a ERC para investir a Illa. También ha prometido un camino feliz hacia una España federal que jamás reclamaron los independentistas. Lo que siempre ambicionaron es gozar de las máximas cuotas de autogobierno para diferenciarse, y no sólo han cumplido su objetivo sino que lo han hecho, a diferencia de los vascos, sin pegar un tiro al aire. En días como estos casi dan ganas de comprarte una casita en Portugal. Al menos allí son más serios y los impuestos, más razonables. Este país de chiste es capaz de dejar en evidencia a las mismas fuerzas del orden que fueron objeto de admiración en su lucha contra el terrorismo. Quien confíe en la dimisión de Marlaska que pierda toda esperanza. Este país no respeta ni a la Justicia y se ríe de sí mismo sin asomo de sana ironía, en un puro ejercicio de desprecio frente al espejo cóncavo. Hoy ni siquiera nuestra ministra de Hacienda, la misma que tanto reivindicó la deuda que mantiene el Estado con Andalucía, puede decir lo que piensa de verdad, por mor de un presidente que falta a la palabra dada por decreto. Nos hemos convertido en el hazmerreír de Europa y no tiene gracia. Ni Puigdemont es Tarradellas, ni Sánchez se parece a Suárez.
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