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Uno. Francia, como el resto de Occidente, sufre, desde hace décadas, un profundo proceso de descristianización, pero la resurrección de Notre Dame ha suscitado una ola de entusiasmo. No ha sido una sorpresa: cuando el 15 de abril de 2019, las llamas devoraron la catedral desde su cima, hiriéndola hasta derrumbarla, se reveló el apego visceral del pueblo francés por una de sus joyas más preciadas.
DOS. La vuelta a la vida de Nuestra Señora de París y el ardor con que se ha recibido su reapertura deben leerse, ha observado con perspicacia Laurence de Charette, como una invitación a repensar el lugar de la espiritualidad y nuestra visión de lo femenino. Todo en Notre Dame, donde San Luis consagró el reino de Francia a la madre de Dios, desde la sublime y conmovedora Piedad de Nicolás Coustou, hasta la Virgen del Pilar, que inspiró a Pablo VI, irradia una extraordinaria y misteriosa feminidad. Una feminidad, la de María, poco reivindicada, pero resplandeciente.
TRES. Al final, el país más laico y secularizado de Europa se emocionó con la reapertura de una iglesia. Evidentemente no era sólo una iglesia: era, como la ha definido Aldo Cazullo, la catedral del pueblo. Representaba la identidad nacional aún mejor que Juana de Arco o la Mona Lisa, ya expuestas en el Louvre. Víctor Hugo imaginó en ella el amor imposible entre un jorobado y una gitana, dos criaturas despreciadas, que encontraron refugio de la crueldad del poder a la sombra de sus naves. Por eso había que salvarla.
CUATRO. El coraje de los bomberos, el trabajo de muchos obreros y especialistas, el compromiso, en fin, de la ciudadanía, que es laica por definición, se ha soldado con el mensaje de la Iglesia. “Gracias al trabajo de todos, Notre Dame le es devuelta, monseñor” dijo Macron dirigiéndose al arzobispo de París. Y la Iglesia de Francia no se jactó del triunfalismo de las piedras, sino que se limitó a la liturgia, que expresaba una alternativa esperanzadora al vacío occidental.
CINCO. El incendio parecía ser una metáfora de una secularización que dura décadas. La iglesia en llamas. La decadencia de los fieles, del clero, de su influencia en la sociedad. La manifestación de la fase terminal del catolicismo, según el politólogo Jérôme Fourquet. Creyentes y no creyentes sintieron una sensación de vacío, de final. Como dice Corrado Augias, “necesitamos el cristianismo, porque no hay nada más allá”.
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