Crónicas levantiscas
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A paso gentil
Filólogo y arqueólogo por formación académica; historiador y militar, el fascinante T. E. Lawrence se materializa, en multitud de cerebros de los amantes del cine, con el rostro del genial actor Peter O’Toole, quien lo encarnó magistramente en el colosal largometraje Lawrence de Arabia, que David Lean nos legara en 1962. Cinta galardonada con siete premios Oscar, sin que ninguno recayera en el protagonista. No en vano, ese año se lo arrebató otro gigante de las pantallas, llamado Gregory Peck.
En las primeras páginas de su monumental libro Los siete pilares de la sabiduría, inspiración directa de aquella obra cinematográfica, el auténtico Lawrence se refiere al papel purificador de la estancia en el desierto, previo a la predicación de los grandes profetas surgidos en ese tronco común de los pueblos semitas, que agrupa a los árabes y judíos.
Una paradoja, la del íntimo parentesco entre mortales enemigos así considerados, ante la que a menudo damos la espalda por el confuso concepto del antisemitismo –en realidad exclusivamente antijudaísmo– que trata de englobar un complejo conjunto de manifestaciones que supone una de las más incómodas culpas en la conciencia colectiva de las sociedades occidentales.
Volviendo a la cuestión de los mesías aparecidos en el ámbito semítico, Mahoma y Moisés sirven como excusas respectivas para quienes ejercen el terrorismo con drones y cohetes y los que les responden en guerra abierta con misiles de última generación. Mientras los valores de Jesús, Hijo de Dios y Dios mismo, conforme a los principios teológicos trasmitidos por nuestros padres, cala en minorías cada vez más reducidas en la región del mundo en la que fue crucificado.
Ciertamente, la trascendencia posterior de la figura y mensaje del denominado Cristo se debe en esencia a su éxito entre los europeos latinos y germánicos que, a lo largo de un proceso que duró siglos, fueron abandonando sus ancestrales adoraciones politeístas, para adoptar la creencia en el Dios único del Antiguo Testamento, que hoy alumbra a centenares de millones de judíos, musulmanes y cristianos, repartidos por los cinco continentes.
A pesar del calor característico de estas latitudes, es también agosto tiempo de procesiones en las que el fervor monoteísta de los andaluces se expresa a través de un culto a imágenes sacralizadas. Se funden en aquellas, residuos inconscientes de las costumbres paganas de nuestros más lejanos antepasados con la nueva fe que llegó de Oriente para transformarlas.
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