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Evocaba ayer el yo te pienso cuando quiero de Juan Sierra y la primavera portátil de Adriano del Valle como formas de vivir mi Semana Santa. Que, si hay una nuestra, de todos, objetiva, hay otra solo mía, intemporal, subjetiva. No vean en esto egotismo, ese sentimiento exagerado de la propia personalidad e importancia. Porque hay tantas Semanas Santas como formas de haberlas vivido y de vivirlas, es decir, tantas como sevillanos. A veces la que es solo de uno y la que es de muchos coinciden y el yo se diluye en un nosotros, en un hermoso, emocionante y confortador hermanamiento. Me remito, en lo que a los días de la Semana Santa se refiere, al besamanos del Gran Poder y a la Esperanza Macarena por donde vaya, los dos nosotros más amplios, más abarcadores, con más capacidad de hermanarnos.
Existe también el derecho a pensar, sentir y vivir la Semana Santa como y cuando quiero, una Semana Santa portátil que nos vive por dentro y cuya coincidencia con la externa buscamos con una intensidad cada vez más selectiva cuanto más viejos nos vamos haciendo. Hasta ver cada vez más tiempo menos cofradías. Las más nuestras, las que nos hacen llorar inconteniblemente. Comentando el libro de Adriano del Valle escribía Andrés Trapiello: “Hay una gran cantidad de libros con títulos prodigiosos que no tuvieron la menor fortuna ni cuando se publicaron ni después. Pocos habrá como Primavera portátil… La idea es bonita: la posibilidad de llevar con nosotros siempre una primavera. La misma idea de portátil sugiere que podemos resignarnos a sacrificar algo del original con tal de conservar una esencia suya, crucial, capaz incluso de salvarnos la vida” (La Vanguardia, 31-5-2015).
Así es mi Semana Santa portátil. Quizás nacida de mi infancia tangerina en la que la Cuaresma era Sevilla de Albéniz como diaria sintonía en Radio Sevilla, Amarguras y Soleá, dame la mano en el disco de Alhambra con portada de Penagos y las fotos familiares del Calvario, Jesús Nazareno, el Gran Poder, la Amargura y la Macarena. No debe ser casual que aquella, tantos años después, sea, no mi única Semana Santa, pero sí la que busco y cada año con más emoción reencuentro. No exageraba Trapiello al decir que conservar una esencia crucial es capaz incluso de salvarnos la vida. Porque es la vida entera, esta y la eterna, lo que nos jugamos si de verdad y hasta el fondo vivimos la Semana Santa.
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