Rosa de los vientos
Juana González
Que lo pague Rita
El mundo de ayer
Un amigo se preguntaba el otro día qué derecho tenemos a saberlo todo sobre nuestras parejas, nuestros amigos o nuestros familiares, y qué derecho tienen ellos a que les contemos todo. Es obvio que no podemos contarles todo, y es obvio también que no podemos callárnoslo todo, porque todas estas relaciones habitan necesariamente un territorio intermedio, pero es dentro de ese territorio, de límites bien definidos pero de configuración difusa, donde ese deporte se juega.
Mi amigo decía que, si su pareja cometía un desliz o si sus padres guardaban un secreto, le gustaría saberlo, y que él, dado el caso, rendiría cuentas sin dudar, porque su vida necesitaba contar con las bases más sólidas posibles, y ello implicaba saberlo todo. Yo decía que hay cosas que es mejor no saber ni contar, y que todos, si nos paramos a pensarlo, desconocemos bastantes cosas de cualquiera de los que conviven con nosotros, y hasta de nosotros mismos.
Compartimos nuestras vidas, pero las vidas no se tocan nunca. Con un microscopio ideal, podríamos observar cómo entre nosotros y lo que tocamos hay siempre un espacio. Los átomos no se tocan, y esta es una revelación que descoyunta, aunque de forma breve, nuestra forma de mirar y de estar en el mundo. El hombre ha inventado a los detectives y a los hackers y los dispositivos de geolocalización y las cámaras y grabadoras ocultas para aplicar esa misma lógica a los comportamientos humanos. Y sabemos que quienes acuden a estos servicios y artefactos muchas veces sienten que habría sido mejor no saber nada. Algo preciado y frágil se rompe. Daban por hecho que existía un contacto íntimo donde, estrictamente, era imposible tenerlo. No existe el contacto íntimo: existen la confianza, la complicidad, las historias compartidas. El amor y la amistad se construyen con sueños e ideas, igual que Dios creó el universo sobre la nada.
En sus maravillosos diarios, Iñaki Uriarte cita a Pascal: “Pocas amistades quedarían en este mundo si uno supiera lo que su amigo dice de él en ausencia suya, aun cuando sus palabras fueran sinceras y desapasionadas”. Es así: todos tenemos algo que criticar de todos, en muchos momentos personas a las que en general respetamos y queremos nos parecen unos cretinos. Y esto no es malo y es hasta sano. De hecho Uriarte añade: “Si no estuviera permitido criticar a los amigos a sus espaldas, sería insoportable y no tendríamos amigos”. Todas nuestras relaciones con los demás requieren de un espacio secreto. Si no, créanme si les digo que ninguno de ustedes estaría leyendo esto, ni yo escribiéndolo.
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