El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Veinticinco
VERICUETOS
Se acabó. 366 días después nos comimos las uvas y dimos comienzo a otro año. Así, sin respirar y sin pepitas. El tránsito entre los dos ciclos siempre nos pilla con la boca llena y la mente ocupada con algún sueño por cumplir. Los hay que siempre piden lo mismo; yo, en cambio, suelo cambiar y jamás me acuerdo de un año para otro. Así no me llevo decepciones… La última campanada es como un presente que no existe, un instante donde solo hay pasado o futuro, según se mire. Es un momento irreal donde nosotros mismos parecemos transfigurarnos en busca de los mejores recuerdos posibles para desechar los peores. Luego viene el ritual de los besos, los descorches de botella, los brindis y las sensaciones encontradas, que para todo da una madrugada larga, sabiendo que hasta que no cerremos los ojos y amanezcamos el nuevo año aún no se habrá iniciado. En cierto modo se mezcla la alegría por seguir vivos y una firme resistencia a seguir envejeciendo... Los años bisiestos como el ya difunto 2024 son como el corrector ortográfico del tiempo y, cuando terminan, los días parecen volver a la normalidad. Nuestras vidas irán transcurriendo paso a paso ofreciéndonos nuevas oportunidades que aprovechar, dificultades que superar y decisiones que tomar. A menudo nos equivocaremos; otras permaneceremos inmóviles y el propio tiempo se encargará de solucionar por sí mismo esa trinidad circunstancial. Sea como fuere, cuando tengamos de nuevo frente a nosotros las doce uvas (trece en mi caso, por pura superstición) volveremos a rememorar lo vivido para saber si la cosecha fue buena.
¿Cómo ha sido para ustedes 2024? El mundo ya vemos que no presenta mejoría y da miedo lo que esté por venir. Conflictos y tragedias cada vez más globales, que quizá nos hagan encaminarnos hacia una conciencia más universal o nos lleven a la autodestrucción. Un clima político asquerosamente humano, que huele a bilis y agua estancada, a vómito y vertedero de odio. Una opinión pública cada vez más vehemente e intolerante, como si nos hubiéramos cansado de buscar el bien común. Un ruido constante y una urgencia por llegar a todas partes y a la vez a ningún lugar en concreto… En resumen, que el mundo está como siempre, así que mejor será dejarle a su aire y centrarnos en nuestro entorno.
No desistan. Ante ustedes se abre un abanico infinito de posibilidades para volver a fracasar y absolverse de toda responsabilidad. Porque no hay nada más hermoso que aceptar la vida tal cual viene, pues ni nos pertenece ni nos llevaremos nada de ella cuando muramos. Solo importa una cosa: el intento. Sigan intentando aquello que prefieran, cuanto les haga felices, lo que les venga en gana. Y si el próximo f inal de año, frente a las uvas, pueden brindar, reír y aplaudir su propia existencia entonces será buena señal, porque habrán vivido su propia comedia y podrán contarla. Hagan suyas las palabras de Dostoievsky en su relato “Las noches blancas”:
—¿Pero cómo has vivido si no tienes una historia que contar?
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