Carmen Silva

San Roque de vuelta

Spes non confundit (La esperanza no defrauda) es la bula con la que Francisco, obispo de Roma y siervo de los siervos de Dios, nos convocó al Jubileo de la Esperanza 2025. Los fieles, verdaderamente arrepentidos, podrán obtener la indulgencia mediante peregrinación a templo jubilar, confesión, comunión y oración por las intenciones del Papa. Un chollo para los cofrades, pues qué mejor peregrinación que la estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral acompañando a tus titulares, en estado de gracia, tras haber confesado y comulgado, mientras vas rezando y meditando en tu caminar.

Yo intentaré alcanzarla este Domingo de Ramos siguiendo a la Santísima Virgen de Gracia y Esperanza con una cruz en el hombro, un rosario en la mano y la cara del Nazareno de la barbilla hincada en el pecho en mi corazón. Que sea lo que Él quiera, pero ojalá quiera que vivamos un domingo de esos en los que al enfilar la calle Puñonrostro a las cinco y media de la tarde sientes que el sol inmisericorde te va a derretir el cerebro bajo el antifaz de terciopelo.

Una de las cosas buenas que mi madre ha hecho por su familia es hacernos de San Roque, a pesar de que su hermandad de cuna es la Amargura. Tanto, que su padre, Luis de Pineda, penitenciaba agarrado a una de las maniguetas del paso de la Virgen. Mi abuelo se hizo hermano de San Roque por culpa de su íntimo amigo José Luis de la Rosa (pregonero de Sevilla en 1953), llegando a ser miembro de la Junta de Gobierno, pero no salía de nazareno porque su blanquísima cofradía procesionaba el mismo día que la de Carmen Benítez. Sucedió que, el Domingo de Ramos de 1974, le prometió a su amigo que el año siguiente haría estación de penitencia de blanco y terciopelo verde. Pero mi abuelo murió antes de tiempo, el 5 de enero de 1975. Y por esa promesa incumplida, el 19 de marzo del 76 se casaba mi madre con el sanluqueño en la Iglesia Parroquial del Señor San Roque, en la nave del Evangelio, ante el altar de los titulares de nuestra Archicofradía: Santo Crucifijo, Penas, Gracia, Esperanza y Eucaristía. Y hasta hoy.

En la actual forma de vivir la Semana Santa que me está resultando tan ajena, San Roque me representa. Que tenga entre sus fines los de fomentar una vida más perfecta basada en las enseñanzas de la Iglesia y conseguir el perfeccionamiento espiritual a través de la Penitencia, me representa. Que el mismo hijo de Dios camine, sobre su paso de rocalla, necesitado de la ayuda de un pobre mortal para llevar su propia cruz, me representa. Que la hermandad superara el castigo de fuego que recibió en 1936, y que humildemente la Virgen saliera coronada de nardos y rosas en 1947, tras el sacrílego robo, me representa. El sentido estético y de la medida, las Penas de mi Señor vestidas con bordada túnica, la caída de párpados de mi Virgen en la estrechez de Caballerizas, la Giralda apuntillada en el techo de palio, la armonía de su discurrir por la calle Guadalupe, los años de D. Ramón Valdivia como director espiritual, y, como dijo el pregonero, la bendita añoranza de San Roque de vuelta.

Y que el domingo no llueva.

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