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Las grandes imágenes sevillanas, que son las esculpidas en ese prodigioso arco temporal que va de 1603 a 1682, del Cristo de la Clemencia al del Cachorro, son teología esculpida y predicación visual. Por eso los más complejos y profundos tratados y las más arrebatadas y conmovedoras predicaciones se hacen visibles en ellas. Hoy, Domingo de Ramos, día en Sevilla del Amor de Dios como el Jueves Santo es en la Iglesia el del Amor Fraterno, vean como estas palabras del más grande de los predicadores, San Juan de Ávila, toman forma, como si Juan de Mesa las hubiera esculpido en el cuerpo, tan valientemente impulsado hacia nosotros que parece que los clavos no pudieran sujetarlo, del Cristo del Amor:
“¿Qué le falta a esa tu cruz para ser una espiritual ballesta, pues así hiere los corazones? La ballesta se hace de madera y una cuerda estirada para disparar la saeta con furia y hacer mayor la herida. Esta santa cruz es el madero; y el cuerpo tan extendido, los brazos tan estirados son la cuerda y la abertura de ese costado, la nuez donde se pone la saeta de amor para que de allí salga a herir el corazón desarmado. ¡Tirado ha la ballesta y herido me ha el corazón! Agora sepa todo el mundo que tengo yo el corazón herido [por esa saeta de amor que me traspasa]. ¡Oh corazón mío! ¿Cómo te guarecerás? No hay médico que le cure si no es morir. ¿Qué has hecho, Amor dulcísimo? ¿Qué has querido hacer en mi corazón? Viene aquí por curarme, ¡y hasme herido! (…). No solamente la cruz, más la mesma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos; brazos tendidos, para abrazarnos; manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies enclavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón. Cata, pues, aquí, ánima mía, declarada la causa del amor que Cristo nos tiene” (“Tratado del amor de Dios”).
Solo Juan de Mesa, hombre que hizo andar a Dios al límite de fuerzas, representa su Gran Poder en lo que para el mundo es derrota, podía esculpir un crucificado que, por ser Amor su advocación, parece arrancarse de la cruz para abrazarnos, saeta de amor que tan dulcemente nos hiere.
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