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Víctimas de su ambición o juguetes en manos del poder? Probablemente ambas cosas. Todos conocemos, en la Elsinore meridional, a este tipo de personajes. Trepas que medran en lo social, en lo político, en definitiva, en lo económico como fin, para instalarse en posiciones relevantes que, sin escrúpulos de ir aprovechándose de los demás, esconden sus maquiavélicas maniobras tras una máscara de falsa adulación, de fingida amistad, de hipócritas sonrisas.
Doblan su cintura como aquellos maîtres antiguos, con una cordialidad servil que huele a fingimiento interesado, con mucho: “Qué placer volver a verle por aquí señor Don…”, “Qué alegría verte de nuevo”… y lisonjas de esta guisa. Como los cortesanos del rey danés shakespeariano, estos especímenes se arriman al sol que más calienta, buscando hacerse un hueco en todos los saraos que se precien. Tierra de magnas celebraciones y ferias de las vanidades, donde abundan las ocasiones, serán perejil de todas las salsas y a todas acudirán para estrechar manos, adular y mostrar su sonrisa de cocodrilo y, de paso, comer y beber gratis sin ningún tipo de prestación a cambio.
Se acercan desde su falsa modestia y desde la fingida admiración para exprimirte como a una esponja, intentando aprovechar conocimientos profesionales, contactos, introducirse en cuanta asociación, club o academia, les parezca bien para el postureo y el figuroneo que, a la postre, les irá reportando cercanía que, una vez van consiguiendo sus objetivos, ir destapando su verdadero rostro, para intentar ocupar los puestos de sus víctimas. Para ello no dudan en fomentar el cotilleo más despreciable, la calumnia si hace falta, el rumor que pone en duda al otro, se trata, en definitiva, de sembrar cizaña para pescar en río revuelto, en una indesmayable labor de conspiración solo encaminada a encumbrarse por encima de los que realmente son válidos. Porque otra característica usual de estos trepas es su falta real de formación, con currículos magros que engordan en su cabecita fantástica, haciendo creer a todo el mundo que son lo que no son.
“¡Sea nuestra vida y permanencia para su agrado y su provecho!”. Exclama Guildenstern al rey asesino y usurpador, mil veces más amoral y perverso que el trepa. Pero la Elsinore meridional es ciudad veleidosa, y lo mismo encumbra que hace caer a sus personajes circunstanciales, relegando de paso también al olvido, a muchos cuya labor profesional y callada merecerían mayor reconocimiento. Algunos de estos personajes llegan hasta su nivel máximo de incompetencia, y así le va a la ciudad. Ellos quieren parte del pastel, pero no saben que en realidad el pastel se lo comen entero los poderosos a los que se quieren acercar, y para ellos solo quedan las migajas de una mesa sucia y desabrida.
Existe el peligroso lobo solitario, pero es usual que estos personajillos se arracimen en camarillas de diminutos pajarillos negros de mal agüero, pequeñas bandadas prestas al bulo malicioso y a clavarse el pico por la espalda entre ellos mismos a las primeras de cambio, según convenga a sus egoístas intereses. Conozco a varios, no son nada pero molestan, e indigna que gente en verdad profesional se deje deslumbrar por estos chamarileros. Solo nos queda esperar al circunspecto embajador de Inglaterra que nos anuncie: “Rosencrantz y Guildenstern murieron. ¿Quién nos dará las gracias?”.
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