Los Reyes se retratan

¡Oh, Fabio!

28 de noviembre 2024 - 03:09

Una de las obligaciones inexcusables de los monarcas de cualquier tiempo y condición es posar para la Historia. El pasado sería más plano y monocromo sin los bustos helenísticos de Alejandro, los emperadores togados de Roma, los mosaicos de Justiniano, el retrato de Isabel la Católica de Juan de Flandes, el Felipe II de Tiziano, los Felipe IV de Velázquez, el Carlos II de Carreño de Miranda, el Fernando VI niño de Jean Ranc, el Carlos III cazador de Goya o el Juan Carlos I de Carmen Laffón... Antes de la revolución que comenzó en el XIX con el daguerrotipo y ha desembocado en el XXI con el smartphone y la consiguiente democratización y banalización de la imagen, los reyes fueron surtidores de efigies a una población sedienta de imágenes. También, y en mayor medida, la Iglesia, quizás por la famosa alianza entre el trono y el altar. En unos ojos saturados de píxeles como los nuestros es difícil evocar la sensación que experimentaría un hombre del Antiguo Régimen ante la explosión de gloria de una Inmaculada de Murillo o la escenografía majestuosa de la familia de Felipe V pintada por Van Loo.

Por todo lo dicho, las fotos de los reyes don Felipe y doña Letizia realizadas por Annie Leibovitz, y que le han costado al Banco de España (una de las instituciones colonizadas por el sanchismo, no se olvide) la friolera de 137.000 euros, no deben verse como un capricho o un derroche en esta España de cabreros reconvertidos en raperos, sino en el estricto cumplimiento de un deber de la Corona. En una monarquía constitucional los reyes no gobiernan, pero sí posan.

Las fotos son dos piezas soberbias y regias, como deben ser, lejos de esa equivocada y aburrida moda de intentar presentar a los monarcas como un matrimonio de clase media. Algún día, dentro de doscientos o trescientos años, cuando alguien vea estas efigies experimentará emociones parecidas a las que hoy sentimos nosotros cuando vemos a Carlos V dirigiéndose al galope a la jornada de Mühlberg, tal como nos lo contó Tiziano; recibirá un sentido de la majestad, de la historia, un sueño de continuidad y legitimidad. Todo, a nuestro modesto entender, es un acierto: el fondo rococó del Salón Gasparini para subrayar el arraigo borbónico en la meseta hispana; el uniforme de capitán general de Felipe VI, el libertador de Cataluña; y el traje de Balenciaga de una desafiante reina Letizia, con el negro imperio y el rojo encendido de los cardenales y los toreros. Tradición y modernidad. Retratos para la confianza en esta zozobra.

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