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Pedro Sánchez no sedujo con su flamante y retórico plan de regeneración democrática ni a sus socios, porque sólo se le ha ocurrido legislar contra los bulos cuando un juez ha decidido investigar a su esposa. Como es natural, su plan no convenció ni a la sociedad, ni a la prensa, y chocó contra la derecha, que le criticó por atacar la libertad de información. El debate no pudo empezar peor para él, porque a la vez se supo que la universidad del máster de Begoña Gómez le ha pedido al juez que la investigue por un posible delito de “apropiación indebida”. Núñez Feijóo le exigió sobre la marcha que dimitiera y Sánchez se zafó como pudo. Pocas veces se le vio tan acorralado, pero conoce las técnicas del escapismo mejor que Houdini, y cuando le queda una sola bocanada de oxígeno, al final logra abrir el candado y salir a flote. Por ahora, siempre ha sido así, también gracias a sus rivales. Cabría preguntarse cómo es posible que el PP no se dispare en las encuestas veinte puntos por encima del PSOE con un presidente acorralado por el chantaje independentista, la investigación de la Guardia Civil sobre su hermano, el polémico asunto de su mujer y el caso Koldo. Éste es el auténtico drama del PP. Y en parte de una izquierda huérfana de líderes que despierten entusiasmo. Tampoco Feijóo, tan frío y cerebral y tan gallego, engancha al personal como le gustaría.
Si este país contara con una formación de centro derecha con dos dedos de frente, contaría con un gran respaldo. Pero aún no existe un partido conservador y moderado que aglutine a la derecha y que sepa proyectarse como alternativa de gobierno. El PP echa de menos el tono culto y elegante de antaño tan propio de los demócratas cristianos. Frente a la centralidad que reivindica Juanma Moreno, a su formación le sobran voces que compiten a ver quién grita más. Sus dirigentes aún respiran por la herida del 23-J y tanta crispación repele a un electorado que reivindica calma. Si el PP dejara de cometer errores no forzados y no diese miedo cuando le da por impostar la vox para ocupar el espacio de la derecha más radical, su suerte sería otra. Sánchez no convence, pero tampoco los populares son apreciados como una opción seria, un objetivo que sí logró la CDU alemana, la derecha liderada por Angela Merkel a la que los demócratas de todos los colores respetaban. Sánchez estaría hoy mucho más solo si el PP dejara trabajar a la Justicia en el caso de Gómez y los demás. Pero los de Feijóo se pasan tanto de frenada, que aunque los simpatizantes de izquierda no lo vean claro, terminan del lado de ella por más que el asunto sea tan feo como simple. El presidente sabe que sólo tiene que interpretar la misma partitura que usaba Podemos, la de la afectividad, para situar a su esposa como víctima. Y cuanta más rabia se emplee en condenarla sin juicio previo, más fácil será creer en las teorías conspiranoicas más inverosímiles que afirman que todo esto es un montaje.
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