Las dos orillas
José Joaquín León
Misa del Gallo
Rosa de los vientos
Tedioso y complejo. Así define la patronal hotelera el proceso del nuevo registro de hospedajes auspiciado por el Ministerio del Interior y que acaba de ponerse en marcha este mes, con la prueba de fuego del Puente de la Constitución.
Tal y como queda reflejado tras su publicación en el BOE, si antes se necesitaban apenas una docena de datos de los clientes, ahora los hoteles están obligados a recabar más de cuarenta para cumplir con la flamante normativa. Lo que viene siendo un interrogatorio en toda regla antes de conseguir la ansiada llave de la habitación y deshacer las maletas después de un largo viaje. No es lo más placentero para empezar, desde luego, una estancia (¿feliz?), sea por los motivos que sea y sea cual sea la compañía.
El nuevo registro se justifica en la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado transnacional, como si los delincuentes no fuesen expertos en falsificar todo tipo de documentos de identidad. O yo he visto muchas películas o me temo que serán los viajeros decentes y honorables los únicos que faciliten sus datos verdaderos. Así que la finalidad del registro fracasa desde el origen y sólo sirve para desesperación del recepcionista y desconfianza del turista.
La Confederación de Hoteles y Alojamientos Turísticos ha anunciado que lo recurrirá a los tribunales. El turismo no se toca. No vamos a darnos ahora un tiro en el pie con semejante fuente de ingresos en nuestro precioso y soleado país. Unas comunidades más que otras, claro, en cuanto a sol me refiero, porque preciosas son todas.
Además del debate abierto sobre la privacidad hay que fijarse en la complejidad logística a la hora de reflejar los datos. En pleno siglo XXI no se puede exigir al empleado de hotel que ejerza de espía y socave datos personales a la persona que acaba de llegar a su hotel, cuando lo sencillo sería un registro con un lector de pasaporte o DNI. Un proceso rápido y seguro, mucho más acorde con los tiempos digitales que vivimos. A este paso les van a acabar pidiendo a los turistas una confesión manuscrita de por qué van a la playa y no a la montaña, o viceversa.
No, el asunto no es para tomárselo a guasa, aunque parezca que quien ha promovido este cambio en el registro se quiera reír del sector hotelero y de cualquier hijo de vecino maleta en mano.
Otro detalle, por hacer de abogado del diablo, es por qué ahora surgen las protestas y anuncios de recursos, cuando la propuesta del cambio llevaba años sobre la mesa, eso sí, de manera voluntaria. Cuando ya es carne de BOE y hay multas de por medio se encienden todas las alarmas. Habría sido mejor dialogar e intentar encontrar una alternativa al despropósito, antes de que todo se quiera imponer a base de multas. Metodología que no suele fallar, por otro lado.
Así que, si no hay marcha atrás, tendremos que regalar a los hoteles nuestros datos más personales, como dónde trabajamos, cuál es nuestra residencia habitual, quién nos acompaña, nuestro correo electrónico, el teléfono… Perfecto para que un hacker entre en las bases de datos y se forre vendiéndolos al mejor postor.
Eso es lo que quiere saber Interior, no sólo quiénes somos, sino nuestras circunstancias. Al más puro estilo filosófico. Si Ortega y Gasset levantase la cabeza…
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