Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
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En 2020, Joseph Henrich, especialista en biología evolutiva humana en Harvard, publicó un ensayo –Las personas más raras del mundo– en el que argumenta, y quizá demuestra, que las transformaciones culturales han modificado al individuo que vive en países occidentales. Él lo llama el homo WEIRD, lo que responde a un doble origen: weird es extraño o raro en inglés; al tiempo, constituye un acrónimo compuesto por la W (Western), la E (Educated), la I (Idustrialised), la R (Rich) y la D (Democratic), o sea, occidental, educado, industrializado, rico y democrático.
Pero ¿cómo hemos llegado a ser raros? Señala Heinrich que históricamente la vida se ha organizado a través de la familia extensiva, del clan. Así ocurre hoy en China, India o las tribus de la Amazonia y ocurrió en la Europa deprimida del primer milenio. Fue la Iglesia, con sus nuevas normas familiares la que desencadenó el cambio: impidió o dificultó los matrimonios consanguíneos, prohibió el divorcio y la poligamia, favoreció la salida de la casa familiar, asentó la propiedad y la herencia. Todo un proceso divergente que se acelera a partir del siglo XVI, cuando el protestantismo generaliza la alfabetización para facilitar la lectura de las Sagradas Escrituras, impulsa el desarrollo de las ciudades y del comercio e inculca la libertad de acción concedida por una salvación que solamente exige fe. Aparece entonces, tras una Ilustración que robustece la democracia y el derecho, el hombre WEIRD, un sujeto individualista, paciente, muy trabajador, analítico, sociable pero impersonal, siempre pendiente del reloj, inconformista, reacio a las tradiciones y responsable único de sus actos.
La conclusión de Heinrich es terminante: somos raros y hasta exóticos. Más el protestante que el católico, aunque con perfiles similares. Esa rareza ha generado un modelo formidable de éxito social y económico que se perpetúa hasta nuestros días. No obstante, crecen hoy los escollos: la importación del modelo provoca graves tensiones en sociedades colectivistas o muy tradicionales; aumentan entre nosotros las voces infelices; la psicología WEIRD podría terminar siendo un paréntesis en el imperio de la secular naturaleza humana; y, por último, empiezan a surgir síntomas de regresión (el hiperorgullo nacional, el odio al extranjero) en nuestros propios espacios. ¿Somos, pues, una anomalía efímera? El tiempo y la fortaleza de nuestras convicciones lo dirán.
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