
La Pesquisidora
Teresa Viedma
Un estatus que mantener
Ropa Vieja
Madrugada de tiniebla. Pronto saldrá Jesús de su cárcel del Camarín, a pesar de la insistencia del Cirineo para que esta noche no salga en procesión y no sea reo de su leyenda.
En el pago del Puente de la Sierra, cantan las lechuzas, anuncian el destino de Jesús, la condena anual de tener que pasear su belleza cansada por los cantones y calles de Jaén. Tres viejecitos, que murieron hace varios siglos, lloran, sus ánimas, desconsoladamente. Se arrepienten de haber estado en esa madrugada de tormenta en la que se forjó todo. Se acuerdan, reviven la emoción de la aparición de Jesús, del hombre más bueno de todos los tiempos, del hijo de Dios que se hizo hombre. Y sufren por su injusta condena.
Ya no se alumbra. Ahora, se llaman hermanos de luz: inmaculadas sus túnicas negras, las velas hasta arriba, navegando por el río de la procesión. Todos con los antifaces bajados, excepto los carceleros de Jesús que necesitan ser vistos, que sepan las buenas gentes de Jaén que son los dueños eternos del Nazareno.
Calle Martínez Molina, antes de llegar a la Ropa Vieja, el maestro Cebrián rumia en su cabeza la famosa marcha, casi la tiene, pero necesita meterse en la hondura del trono para darle forma y vida. Se para el carro a la altura de su casa, y con permiso del fabricano se codea con los demás promitentes. ¡Milagro! ya tiene la marcha, el himno más cebrianesco, que suena hasta en el Camarín del Pocasangre, in aeternum.
Empedrada de San Ildefonso, dos niñas van a salir por primera vez de nazareno, apenas llegan a los 10 años, se llaman Julia y Emma. Cogen a Jesús en la plaza, con la amanecida, cuando Jesús desciende de la montaña para calmar la conciencia de los burgueses, de los patrones de la ciudad.
Y en la iglesia, que está en la plaza, espera su otro yo, el Cristo de la Vera-Cruz, se miran, fue en el año 92 del siglo XX, o eso se cree. Y el bardo en la esquina de la calle Bernabé Soriano, recuerda la procesión de ese año:
Es de día, la saeta se adivina,
viene el Reo, claveles en el cielo,
incienso, nazarenos con su duelo,
cadenas y las cruces repentinas.
La procesión se muere en las esquinas,
rosas, sol, y las varas en el suelo,
mujeres de paisano con su velo
alumbrando la cara más divina.
Y una cruz, que es recuerdo de tu infancia,
y una plaza que enciende su agonía,
cárcel de hierro, tan vieja es su fragancia.
Y Jesús busca la ágil cercanía
en la paz de su Seo, y la distancia
es su mecida, santa letanía.
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