
La Pesquisidora
Teresa Viedma
Un estatus que mantener
¡Oh, Fabio!
Si algo ha demostrado la muerte del papa Francisco es que España, pese a todo, sigue siendo un país católico, al menos sentimentalmente. Tanto que podemos considerar como el primer milagro de Su Santidad el que haya provocado la unanimidad casi búlgara en una sociedad donde cualquier acontecimiento (desde un desastre natural hasta una candidatura para Eurovisión) provoca de inmediato los más encendidos y polarizados debates. Ver al Senado unido por un minuto de silencio en vez de por el griterío habitual seguro que habrá provocado la conversión de más de un incurable comecuras nacional.
El óbito del Sumo Pontífice demuestra también que España es la nación del orbe con mayor número de catequistas sin fe, de teólogos que no se saben ni el Credo, de frailes sin Cristo. Son ellos, precisamente, los que mantienen abiertas las 24 horas del día las comisarías expendedoras de carnés oficiales de cristianos, los que dicen quiénes sí y quiénes no pueden presumir del marbete de ser católicos de pro. Resulta cómico ver a algunos manejar todos los tópicos manidos sobre la religión fundada por el Nazareno. Ayer por la mañana, sin ir más lejos, escuchaba a un escritor de moda y con una obra irregular (buenos libros mezclados con auténticos blufs), que presume de ateísmo como otros lo hacen de chorba, que la Iglesia se “tenía que acercar más al cristianismo primitivo”. No sé si este prócer de nuestra literatura conoce muy bien lo que fue eso que llama el “cristianismo primitivo”, una galaxia de sectas milenaristas (algunas de ellas de lo más extravagantes) cuyas prácticas nos resultarían hoy propias de una religión marciana. La acción durante siglos de los padres de la Iglesia y de los concilios, así como la mutación del Imperio Romano en Iglesia Católica a partir de Constantino, consiguieron poner un poco de orden (gracias a Dios). Mucho mejor la Iglesia de ahora. Ya solo falta que salga alguno (si no lo ha hecho ya) con esa memez de que el Vaticano tiene que vender sus obras de arte para atender “a los pobres”, mientras el tribuno en cuestión no da limosna ni en el Domund.
Es curioso como algo tan aparentemente yermo como la muerte es capaz de provocar esta explosión de vitalidad espiritual. Hasta algún periodista del ala liberal-ciudadana que, muy moderno y liberado él, suele hacer mofa cada vez que puede de las creencias de los católicos, mostraba ayer en la televisión su sincera envidia por la fe de aquellos que rezaban en la Plaza de San Pedro. Otro milagro de Francisco que seguro tendrá en cuenta la Congregación para las Causas de los Santos para su posible canonización.
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