La esquina
José Aguilar
No son más, pero quizás sigan
La ciudad y los días
El primer otoño sevillano –agónico verano febril– nace hoy en la plaza del Cristo de Burgos. Desde su arboleda se derramará, despacio, como denso aceite de lavanda, por Doña María Coronel, Santa Ángela de la Cruz, Alcázares, Jerónimo Hernández, Regina, hasta San Juan de la Palma, donde cuatro días antes se ha hecho cierto lo bordado en el palio de la Amargura: Electa ut sol.
El segundo otoño sevillano, entrado ya octubre, pasados el triduo al Pilar de San Pedro y el septenario del Rosario de Montesión, anocheceres más tempranos, ventanas encendidas poco después de media tarde, amaneceres más tardíos, volará de la torre de San Pedro a la Espadaña de San Juan de la Palma, de esta a la del antiguo convento de Montesión y de allí a la torre de Omnium Sanctorum cuyo agudo remate rasgará las nubes densas, oscuras, que traen las lluvias que vestirán la ciudad definitivamente de un otoño real y harán caer despacio gotas sobre los cristales de las ventanas tras las que antes, en las breves tardes y largas noches de noviembre, se encendían mariposas de aceite por las almas de los fieles difuntos en casas que olían a boniatos asados y alhucema.
Llegado a Omnium Sanctorum, el otoño avanzará calle ancha de la Feria arriba haciéndose invierno, buscando la Resolana por todos sus afluentes –Amargura, Relator, Pasaje de Amores, Antonio Susillo, Torres, Parras, Pozo, Escoberos, Bécquer, Sagunto, Muro– hasta llegar al Arco saltando de torre en torre –Omium Sanctorum, Santa Marina, San Marcos, San Luis de los Franceses, San Gil– y de espadaña en espadaña –Santa Paula, Santa Isabel– hasta llegar a la que tiene escrito en su veleta custodiada por azucenas: “Aquí está la Esperanza”. Hasta que por el arco de su nombre, presentadas sus credenciales el 18 de diciembre, entre la Navidad en Sevilla deshaciendo, calle Feria abajo, los caminos que recorrió el otoño.
Es el calendario devocional, íntimo, de Sevilla. Que nada tiene que ver con lo extemporáneo que convierte lo extraordinario en ordinario, no en la primera acepción de la palabra (que sucede habitualmente), sino en la tercera (basto, vulgar). Que tiene que ver, por el contrario, con los ritos heredados, el respeto a los tiempos de la ciudad, lo resguardado en la memoria y en los templos… Y en las calles, de la Pastora de Triana, por partir de hoy, al Amparo y Todos los Santos, omegas de las glorias, solo lo que a este tiempo corresponde.
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