Podar naranjos en flor

La lluvia en Sevilla

De chica no tuve animal de compañía; tuve árbol de compañía. Era una magnífica noguera bajo la que pasaba una acequia y se mecía el columpio, frondosa y asilvestrada, guarida de pequeña bandolera, imposible de franquear sin agacharse para el adulto que viniera a arrancarme de su sombra. Aun así, no sé mucho de plantas, me fío de lo que ellas mismas me van contando (no hay más que oírlas: “Estoy a gusto en este rincón”, “Tengo sed”, “Ponme al sol”) y de lo que también me va contando mi padre, que por ser de campo alguito sabe. Me tiene dicho que pode cuando la savia está quieta, a finales de invierno, antes del brote y la floración. Estoy por llamar a Parques y Jardines para compartirles el dato, aunque supongo que si podan nuestros naranjos en plena explosión del azahar no será por ignorancia.

Quien paseara por Sevilla la semana pasada fue testigo, como lo fui yo, de la poda del azahar. Dicho sea literalmente. Una vez más –no es la primera y me temo que no será la última– contemplo el corte de las ramas cuando al árbol le sube por dentro su sangre. Y una vez más me agacho, como otras vecinas, a recoger algunas ramas floridas para ponerlas –duran nada– en agua. Alguna explicación respetuosa con los árboles tiene que haber –digo para mí misma mientras me pongo a buscarla–. Pero no acabo de dar con ella. Las podas de formación y mantenimiento son beneficiosas pero… ¿en abril? Podrán decir que no se ha hecho antes por las lluvias, mas en años que no llueve pasa igual. Hallo alguna respuesta en las palabras del que fuera jardinero mayor de Sevilla, el añorado José Elías, que dejaba en evidencia no solo estas podas tardías en plena floración, también las infernales –el adjetivo es mío– formas de chupachups a las que someten las copas, y la tendencia a dejar los ejemplares hechos un retaco, naranjitos ni a la mitad de su porte natural (comparen los naranjos jibarizados de algunas calles con los magníficos de plazas como la de la Magdalena). Me pregunto si mantenimientos así priorizan, junto a la seguridad de los vecinos, el esplendor y el respeto al árbol y sus ciclos.

Dicen las malas lenguas, que son las buenas, que una probable intención de cortar ramas cuando más duele es para que den menos fruto, y así se ahorran trabajo de recogida. Ítem, me malicio que la poda muy cercana a la Semana Santa tampoco es casual, sino un oportuno contradiós. Lucirán impolutos y cursis los naranjos chupachups, y en las angosturas no rozarán ni un paso a su paso. Qué importa si para ello se les realizan cortes en pleno abril. Iba a recordar que los árboles no son un simple mobiliario urbano. Para qué, visto lo visto en el parque de Manuel Ferrand, y con el ficus de San Jacinto y otros de su talla, vistas en contenedores las ramas floridas del cacareado azahar. Para qué.

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