Las dos orillas
José Joaquín León
Plataforma para las sillas
¡Oh, Fabio!
No está tan mal el documental de TVE sobre el ADN de Colón, aunque eso de su origen judío es ya un poco antiguo. Los principales historiadores llegaron hace tiempo a la misma conclusión con el mero análisis de los textos y las rarezas del misterioso almirante, obsesionado con la reconstrucción del Templo de Salomón y otros pensamientos místicos hebraicos. Y lo lograron de una forma más cómoda y sostenible, sentados en sus mullidos sillones, dedicados a la lectura de papelotes, sin reventar tumbas entre enjambres de periodistas ni triturar huesos. Pero bien está que la ciencia (¡ay, la ciencia!) bendiga lo que ya sabíamos. Y que RTVE nos lo cuente.
El hebraísmo de Colón nos lleva de nuevo al dilema de quién debe pedir perdón por el descubrimiento, conquista y poblamiento de América. Hasta ahora, sabemos que la flamante presidenta de México, Claudia Sheinbaum, se lo ha solicitado formalmente a Felipe VI. El problema, claro, es que el Monarca, hombre afable y educado, no sabe a quién pedírselo. ¿A los descendientes de los conquistadores que viven allí? Es evidente que no. ¿A los jefes de los muchos pueblos indígenas que ayudaron a Cortés a derrotar a los aztecas? Tampoco parece lógico. ¿A los tataranietos de los emigrantes que llegaron a las nuevas repúblicas después de sus independencias? No sería lo más acertado.
Sin embargo, albricias, con el nuevo descubrimiento del ADN de Colón ya sabemos a quién podemos culpar del desaguisado de la conquista: a los judíos. Al fin y al cabo, según la sacrosanta ciencia, uno de ellos fue el que enseñó el camino a la marabunta española, el punto alfa. No sería nada nuevo. A los judíos siempre se les ha acusado de todo: de las malas cosechas, de la inflación, de la crucifixión de niños cristianos, del terrorismo de Hamas. ¿Por qué no los vamos a culpar del supuesto genocidio amerindio? ¿Qué más les da? Están acostumbrados.
Todo lo dicho eximiría a Felipe VI del papelón de tener que pedir perdón ante cualquier político populista americano tocado para la ocasión con un penacho de plumas. Y, por supuesto, colocaría la pelota en el balcón de la presidenta de México, quien, como miembro de la herrante raza, debería pedir su parte de disculpas, no solo por la conquista iniciada por el hebreo Colón, sino también por sus consecuencias más desastrosas: el ineficiente Estado mexicano, Nicolás Maduro o el reggaeton. Puestos a decir tonterías, señora presidenta, ¿por qué no esta que viene avalada por el periodismo intrépido de RTVE y la ciencia? ¡Ay, la ciencia!
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