Perizomas

Vericuetos

29 de marzo 2025 - 08:00

Censurar una obra ha sido desde siempre un ejercicio profundamente humano, en el peor sentido de la palabra. Desde los paños de pureza en crucificados y hojas de parra en desnudos clásicos hasta la quema de libros, pasando por la condena de bailes sugerentes, canciones reivindicativas o recortando fotogramas en Cinema Paradiso… Todo aquello que perturbe o masturbe es susceptible de caer en las garras del Santo Oficio de turno, ávido por saciar su único propósito de existencia, que no es otro que vivir de lo clandestino. Porque esa es la principal consecuencia del veto: el estraperlo de la moral, el contrabando de la conciencia.

Nada más atractivo que lo furtivo y precisamente eso es lo que no terminan de entender los dueños de las tijeras. Y si lo entienden más delito tienen, por fomentar la publicidad subliminal… Cuando algo se prohíbe se convierte instantáneamente en objeto de deseo. Nunca falla. Desde que nacemos nos sentimos atraídos sin remedio hacia lo intocable, lo innombrable, lo inconfesable. Por eso nos excita el riesgo, porque nos hace sentir vivos, por desagradable que resulte aquello a lo que accedemos en los reservados del alma.

Bretón es el asesino más despreciable, inhumano, infame y malnacido de cuantos hemos tenido la desgracia de conocer en los últimos años en España. Su doble crimen nos hizo (a mí aún me hace) desearle la muerte con nuestras propias manos, y quien no lo haya deseado permítanme que desconfíe de él, ella o ello. No puede ni debe haber compasión por un ser tan aborrecible. Por eso la publicación de un libro con sus declaraciones ha supuesto un auténtico vómito rumiado entre quienes nos sentimos asqueados por su sola existencia. Sirva este párrafo para dejar clara mi postura sobre ese bastardo.

Pero todo ello me ha hecho reflexionar sobre cuál será el efecto de cancelar la venta de dicha obra. El resultado más inmediato será la no generación de beneficios para la editorial y el autor, incluso la estigmatización de ambos de cara al futuro. Pero quien consume droga dura sabe dónde encontrarla y eso es justo lo que va a suceder a partir de ahora, ya que la propaganda que da un boicot no tiene precio y siempre genera el efecto contrario al que se persigue. Por eso podría tener el corazón dividido entre el open-field y el bocage; entre proteger a las víctimas acallando al criminal o permitir que este hable, aún a riesgo de concederle un nuevo minuto de gloria a costa de revivir el sufrimiento; entre matar al mensajero o dejar que el mensaje llegue para terminar de destrozarnos; entre poner perizomas o mostrar la desnudez...

Pero no; no tengo ninguna duda. El que mata a sus hijos debe morir y, si la ley lo prohíbe, al menos debemos hacer como si ya estuviera muerto. Los muertos no hablan. Bretón no tiene derecho a hablar. Ha muerto. No existe. Por los niños, por la madre, por nosotros… Porque una sociedad civilizada no puede fomentar la atrocidad. Que se pudra en el infierno de sus propios recuerdos y que sus hijos le sigan mirando eternamente, día tras día, noche tras noche. Que agonice en su locura y, sobre todo, en el más absoluto de los silencios. Y que nadie lea jamás ni una sola de sus mentiras.

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