
Ropa Vieja
Martín Lorenzo Paredes Aparicio
En el tajo
Alto y claro
Con el congreso socialista del pasado fin de semana, Juan Espadas cierra –por ahora, que en la vida tumultuosa y tumultuaria de los partidos no hay que dar nunca nada por definitivo– su paso por la política andaluza. No será recordado por haber hecho una oposición briosa a la mayoría absoluta de Juanma Moreno ni por coser las muchas heridas internas con las que el socialismo andaluz se ha desangrado hasta llegar a algo parecido a la irrelevancia. Sí pasará a la historia por haber sido protagonista de una de las operaciones políticas peor diseñada y con resultados más ruinosos de los últimos años. En la práctica, un suicidio político cuyas consecuencias todavía están a la vista. Espadas dejó la Alcaldía de Sevilla cuando el PSOE tenía todas las papeletas para seguir gestionándola, al menos, durante un mandato más. Había logrado el difícil empeño de no cometer errores de bulto, algo nada fácil en un entorno tan complicado como el de la capital de Andalucía.
Espadas dejó uno de los sillones en teoría más importantes de la política española para impedir que el PP se aposentara con fuerza en la Junta de Andalucía tras el desastre de la derrota de Susana Díaz en 2028. No solo no lo consiguió, sino que hundió las expectativas socialistas hasta el abismo en el que están todavía. De paso, dejó abierta la vía para que los populares se hicieran con la Alcaldía de Sevilla, algo que efectivamente ocurrió a la primera oportunidad. Quien diseñara tan brillante jugada debería estar en las enciclopedias. Dicen que fue Pedro Sánchez en persona, obsesionado por quitarse de en medio a Susana Díaz para siempre jamás, algo que todavía está por ver que sea así.
Curiosidades de la política indígena, Espadas no es el único inmolado para nada en los últimos años. En otra escala, el PP también tiene el suyo. Elías Bendodo dejó la Consejería de Presidencia de la Junta y una posición de control absoluto en el partido para, teóricamente, ser la cuota andaluza en el núcleo duro de Alberto Núñez Feijóo. El resultado no ha podido ser más malo. Bendodo es una especie de alma en pena en la sede de Génova, en la que parece que está destinado a calentar el banquillo por tiempo indefinido. Los Miguel Tellado, Cuca Gamarra y Borja Sémper le dejan poca o ninguna posibilidad de lucimiento y la imagen que se transmite es que el jefe nacional no le da sitio en la primera fila.
Bendodo tiene que aprovechar algún hueco que queda libre los fines de semana para buscar a la desesperada su minuto de telediario y desgranar el argumentario que ya han machacado en días anteriores los que de verdad mandan en el partido. El negocio no ha podido salirle peor y en los mentideros de San Telmo no se oculta que su deseo sería volver a ser alguien en la política andaluza.
La moraleja de los dos casos, con la ayuda del refranero, no puede estar más clara: en política como en la vida más vale pájaro en mano que ciento volando y la ambición rompe el saco. Pero, claro, eso es fácil decirlo después y difícil verlo antes.
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