Rosa de los vientos
Juana González
Que lo pague Rita
Rosa de los vientos
Que a nadie le amarga un dulce es más que un refrán. Si no, a ver quién no quiere trabajar menos y cobrar más. Hasta ahí todos de acuerdo. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz y los sindicatos CC OO y UGT suscribieron el pasado diciembre el documento para la rebaja hasta las 37,5 horas laborables desde las 40 vigentes desde hace cuatro décadas, con la aclaración específica de que no conllevará una equivalente bajada del sueldo.
Pasado casi un mes desde del acuerdo, no sólo parece que sea papel mojado, sino motivo de profundas disputas entre ministros del propio Gobierno. Compañeros del Ejecutivo que más parecen enemigos públicos que lo que deben ser, socios en la tarea de navegar en la misma dirección. Ahí está la ministra de Trabajo acusando a su colega de Economía, Carlos Cuerpo, de vetar expresamente la llegada del acuerdo al Consejo de Ministros, extremo que él, (por supuesto) desmiente.
Se entiende la cautela del titular de Economía en su afán de demorar los plazos para poner en marcha el acuerdo, porque una cosa es el papel y otra la realidad pura y dura. La rebaja laboral se sostiene de maravilla en los mundos de Yupi, donde parece vivir la ministra Díaz tan feliz, pero otra cosa es tocar el suelo con los pies. Simplemente, porque quien va a tener que aplicar la reducción de jornada no forma parte del acuerdo en cuestión. Así de sencillo.
La tramitación parlamentaria tiene que hacerse con todas las garantías, o no hacerse. Se me ocurren demasiados tipos de empresas que no pueden adaptarse a esa reducción horaria sin nuevos contratos inasumibles. Abocadas al cierre si se tienen que ajustar a la rebaja de jornada.
¿Y la famosa media hora del bocadillo? ¿Se despedirán los trabajadores de su descanso del desayuno para adaptarse a esa jornada laboral máxima de 37,5 horas semanales? Está claro que no. Pero a alguien se le puede atragantar el bocadillo de media mañana. ¿Verdad, señora ministra?
El texto del acuerdo deja claro que “la reducción de jornada no podrá tener como consecuencia la afectación de las retribuciones, ni la compensación, absorción o desaparición de derechos más favorables o condiciones más beneficiosas”. Vamos, que ese lujo es per secula seculorum.
Funciona cerca de mi casa un negocio de lavandería, “Que lo lave Rita”, que fue lo primero que me vino a la cabeza después de ver la noticia de la reducción de la jornada laboral. Curioso. ¿Quién va a pagar eso? Rita, por supuesto, no.
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